Odio mi teléfono celular.
Odio tener que cargarlo. Odio sus notificaciones. Odio que alguien pueda ver si estoy conectado, si vi sus mensajes, si no le respondí (porque no quise, no pude o simplemente lo olvidé)
Odio estar viendo la pantalla del teléfono mientras mis hijos juegan con un rompecabezas o leen un libro. Que quieran jugar conmigo y que yo esté viendo un clavadista en Hawaii, o un accidente de autos de la categoría Turismo Nacional, o el vuelo de un helicóptero. Todos esos videos no existían antes. Eran el árbol en el bosque desierto.
Odio que mi teléfono sea viejo, que no tenga memoria, que tenga que comprar espacio para seguir almacenando fotos que nunca veo.
No tiene memoria
Comprar espacio
Pagar un alquiler mensual para almacenar fotos. Todo es ridículo.
En particular odio este teléfono que compre el mes en que se murió mamá. Este teléfono es el teléfono del duelo y lo recuerdo casi a diario (iba a escribir que lo recuerdo cada vez que lo veo pero eso es mucho: paso casi cinco horas diarias viendo el teléfono. Hay semanas que logro bajar a tres horas. Cuando sucede me pongo contento).
Duermo 7 horas por día, veo el teléfono 5 horas. Medio día.
Mi primer teléfono me lo compré a los pocos años de trabajar en Clarín. Año 2001 o 2002. Compré uno yo y otro mi compañero Hernán. Un Nokia gris, gordito, compacto, eficiente. Sigo teniendo el mismo número, que termina en 03. Si Hernán no lo cambió, el suyo termina en 14.
Desde que tenemos teléfonos celulares no recordamos los números de teléfono.
Hasta entonces viví sin teléfono celular: cuando me vine a estudiar a Buenos Aires llamaba a mi casa desde un locutorio. Llamaba los martes. Y a veces también los domingos. 291-4529421. Los números fijos sí se grabaron. Por eso les decimos números fijos. Así piensa muchas veces la inteligencia artificial. Cuando sea viejo, es decir mañana, voy a tener que pelearme contra la gente que cree en la primera pavada que lee.
¿Cómo hicieron nuestros viejos para criarnos sin teléfono celular? ¿Cómo haremos nosotros para criar con rastreador satelital?
A veces me vibra el bolsillo del pantalón, creyendo que recibí una notificación. Ya no uso el teléfono ahí, ahora lo llevo en una riñonera. Es una buena técnica para darle menos bola.
Escribí varias ediciones de este newsletter en el celular. Le dicté textos, me mandé mensajes. Fue valioso.
Todo es una buena excusa para agarrar el teléfono. Elegir una canción, ver la hora, la temperatura, un recorrido por hacer en la ciudad, shazamear una canción que está sonando, revisar una notificación intrascendente que llegó, chequear los saldos de las cuentas para ver si sucedió el milagro de la multiplicación.
Me encanta todo lo que puedo hacer gracias al celular: pagar cuentas, transferir plata, buscar un medio de transporte para ir a un lugar, leer las noticias, trabajar y mil cosas más. Pero igual lo odio.
En especial a la noche, esa media hora, una hora que se pierde mirando absolutamente nada, la mente totalmente frita, la boca abierta, es una imagen patética. No es que sea mucho más útil mirar Leiva Joyas, pero hay algo de la distancia entre el dispositivo, tenerlo uno mismo con la mano, el brillo en los ojos, frente a mirar un programa a un metro de distancia.
“Leemos luz”, decía un profesor que tuve en una maestría.
La verdadera adicción al celular es no poder adoptar nuevas conductas. Casi todo lo que enumeré antes puede ser cambiado fácilmente, poner restricciones de uso, comprar un despertador, dejar el teléfono fuera de la habitación.
Me gustan ver los programas de adictos recuperados, en particular el momento en que cuentan el click. Siempre es un discurso medio uniforme, el punto en el que finalmente deciden dejar de tomar, dejar de jugar, dejar de drogarse. Pero siempre hay matices en el relato, incluso hay falsedad. Siempre juego a adivinar quién está mintiendo, quién va a tener una recaída.
Quiero que empiece la moda de los celulares “tontos”. Todavía estamos en una etapa anterior: hay notas que dicen que es un nuevo fenómeno, una tendencia, que las empresas invierten en lanzar modelos nuevos que sirvan para ser usado como antes, solo en modo teléfono. Pero yo hice muchas de esas notas y sé reconocer que todavía es un fenómeno menor, de alcance limitado. Yo quisiera que ese tiempo llegara ya.
Eduardo Domínguez, DT de Estudiantes, no usa whatsapp. Cuando necesita hablar urgente llama por teléfono, cuando quiere dejar un mensaje manda un SMS. Sus jugadores creen que es spam.
Mario Pergolini no usa whatsapp. Si es importante llama, sino manda mail o lo deja para más adelante.
Para no usar el celular hay que ser organizado. A mi me salva: hago muchas cosas a último momento, en el transporte público: resúmenes, sumarios, propuestas. Potencia la procrastinación.
Una vez entrevisté a un juez federal que tenía un teléfono celular viejísimo. Decía que era imposible de “pinchar”.
Los taxistas ya no necesitan saber las calles de memoria. Los conductores ya no viajamos por intuición, no agarramos caminos alternativos, no hacemos rutas que nos gusten sino la más corta.
Grupo de whatsapp con papis y mamis de la escuela: estoy a favor.
No me gusta Rappi ni PedidosYa: prefiero hacer el pedido e ir a buscarlo.
En el colectivo uno iba viendo el partido de su equipo. Qué calamidad.
Hay una aplicación que te traduce en tiempo real lo que ves en el cielo. Apuntar al cielo, como si fueras a tomar una foto y en la pantalla te aparece el nombre de las estrellas, las constelaciones, los planetas. Qué maravilla.
A veces el celular no reconoce mi cara. Es un momento incómodo, una potencial anarquía, como si el dispositivo decidiera tomar autonomía y desconocer a su dueño.
Sigue siendo un aparato bobo, a veces lo tengo que apagar y prender cuando deja de recibir señal de Internet.
El Iphone es un aparato hermoso, quizás la adicción sea simplemente una instancia de contemplación a una herramienta poderosa. Una trampa de la que no podemos escapar.
A veces salgo a comprar algo y no me llevo el celular, o dejo en casa. A veces vuelvo y tengo mil mensajes, a veces no tengo ninguno. Tener o no tener mensajes, en el fondo es lo mismo.
El teléfono celular y en especial el whatsapp mató la comunicación por mail. Hay cosas que no se perdonan. Por eso lo odio.
Dejamos acá.
DEJO POR ACA LA EDICION ANTERIOR. UN TEXTO A CUATRO MANOS JUNTO A CANDELARIA SCHAMUN.
Fiebre
Conocí a Candelaria Schamun en Clarín, año 2010. Puedo fallar con las fechas pero no tiene mayor importancia. Podría ser 2009 o también 2011. Prefiero ser más preciso en decir que yo ya la conocía de antes, porque ella había tenido un momento de fama en la Internet de entonces gracias a un blog en el que criticaba los viajes en subte en la ciudad de Bue…
A veces cuando salgo y no uso el celular por mucho tiempo siento que le gane al sistema, pero luego al llegar lo agarro, me tiro 1 hora en el sillon y pierdo nuevamente...
Yo también. Paremos un poco. Paremos lo q padomos. Deje de fumar, no le voy a tener miedo a salir sin celular. Bajemos a dos, lo digo con el tel en la mano leyéndote.