Nunca entendí a la gente que no presta los libros. La gente que se los queda para que junten polvo en su casa. Para que ocupen lugar. Para que queden ahí como muestra de sabiduría. Eso ya no corre más, después de la pandemia ya no viene nadie a tu casa.
Yo prefiero prestarlos, que circulen, que me los roben incluso. Tengo 10, 15, 30 libros que no quisiera perder, pero esos mismos libros que amo y que no prestaría por nada del mundo están en una biblioteca juntando polvo, no los abro nunca, no sé porque me aferro a ellos.
En marzo 2020 abrió un café en el barrio. Lo atendía su dueño, en realidad él hacía todo. El peor momento para abrir un bar, pleno confinamiento, no tenía empleados porque casi no tenía clientes. Al principio lo único que se podía es buscar un café en la puerta. Nosotros salíamos a dar una vuelta, a veces hacíamos la simulación de llevar una bolsa, como si fuéramos al supermercado. Pero era solo una coartada para ir al café. El tiempo pasó, la vida empezó a normalizarse. Eso de andar con una bolsa por las dudas ahora parece absurdo.
Protestas por la emergencia hídrica en Montevideo. Eitan Abramovich/AFP/Getty Images
El café creció, fue sumando empleados, mi familia también creció, fue sumando individuos.
Ahora el café es un punto de reunión para mi familia, vamos los cuatro a desayunar, a veces voy yo solo a trabajar, o va Sol con su compu para trabajar también, o Sol con Benito a merendar después de la escuela.
Este mismo texto lo estoy escribiendo en el café. Acá en el café, debería decir.
Todos nos conocen, y nosotros conocemos a todos. O al menos la extraña manera de tener vínculo con los que te ves todo el tiempo. Eso siempre me llamó la atención de la vida adulta. A partir de algún momento te ves mucho tiempo con alguna gente circunstancial (empleados de un bar, compañeros de trabajo, vecinos, papás de la escuela) y muy poco tiempo con amigos muy queridos o incluso tu familia de origen. Con los empleados de un bar yo di un paso más: a algunos los sigo en Instagram y con eso creo saber algo más de sus vidas. La falsa intimidad, el falso vínculo. Sé si tocan la guitarra o si se compraron un auto. Pero en realidad no sé nada.
Para mi la medida que indica si conoces a una persona es saber a qué se dedican sus padres.
En el café Benito cumple con algunas rutinas. Va al baño solo (no sé si lo dejaría ir solo al baño en otro bar que no sea este), hace los pedidos en la caja, deja la propina. Yo le enseño también lo importante: cuando dejás la propina te tiene que ver alguien, que se sepa que estás dejando la guita en el vasito de las propinas. No sé si entiende esto último, la finalidad suprema de ese gesto de ser mirado, no ser el árbol que cae en el bosque y nadie lo escucha, pero yo creo que algo de todo esto le tiene que quedar.
Me gusta que conozca los rituales que tienen que ver con un bar. Los sonidos, los olores, la cadencia, el ocio.
Una trabajadora rural cosecha té en Sri Lanka. Rebecca Conway/Getty Images
En el bar hay una pequeña biblioteca (acá se empiezan a unir los mundos).
Una vez llevé algunos libros como para colaborar. También, la verdad sea dicha, porque ya no tenía lugar en mi casa. Una forma de ayuda mutua. Eso también es parte de la modernidad: decimos que somos más buenos de lo que somos.
Ahora Javi me pidió más libros, me dijo que me los quería comprar. A mi me parecía absurdo, me negué rotundamente a venderle los libros, una donación me parecía lo correcto. Pero mis convicciones son oscilantes y al final llegamos a un acuerdo.
Elegí 30 libros y están ahí, en la esquina de México y Perú. Hay novelas cortas, otras no tan cortas, biografías de músicos (Andrés Calamaro, Ricky Espinoza, de Flema). Está “La Mujer Helada”, de Annie Ernaux, tiene una tapa hermosa de la editorial Cabaret Voltaire.
Está “Nadar de noche”, de Juan Forn (lean este cuento, por favor), una edición horrible de una colección de Página12. Son dos librazos, se pueden leer en tres o cuatro visitas al café.
Hay libros cortitos, un par de Vinilo (una editorial que hace libros cortitos y preciosos), otro libro no muy ambicioso pero hermoso (la biografía de René Lavand que escribió su discípulo Jansenson).
A mi me gustaría que fueran al café, que estén un rato ahí viendo la tarde de Buenos Aires pasar por las enormes ventanas. También, desde ya, que prueben las medialunas (top5 de Buenos Aires, no tengo dudas, otra idea de la modernidad, todo tiene ranking, todo tiene que ser mejor que alguna otra cosa).
Y que si quieren lean alguno de esos libros, o se los roben, y que otro día vuelvan a tomar otro café y se roben otro libro. O que dejen marcado el que estaban leyendo y lo terminen. O que lo lean así como un entretenimiento pasajeros, 20 páginas y chau. Nunca más lo vuelven a seguir. Yo leo mucho así, cortado, sin terminar, una puerta que se abre y queda ahí.
En Nanjing, China, festejos por el Día Internacional del Niño. AFP/Getty
Esta semana estoy programando el newsletter más temprano que nunca, escribo el miércoles y después voy a estar unos días sin la compu.
Tenía este texto escrito desde el 28 de abril, no sabía muy bien qué hacer con él ni donde publicarlo. Pensé que era demasiado largo para las redes de Punto Café, la respuesta era obvia, tenía que publicarlo acá.
A mi me gustaría lograr algo más con esa pequeña biblioteca, seguir trabajando en ella, llevar nuevos libros, que sea un espacio de encuentro para muchos. Algo de la energía, como le dicen los chamanes de la autoayuda. Son esas frases repetidas que se usan para mejorar. Que se dicen.
Dejamos acá.
Gracias por llegar hasta acá y leer cada semana. Gracias a los que dejan algún comentario (@diegogeddes en TW o IG) o colaboran económicamente con un cafecito. Como digo siempre, no cambia sustancialmente mi economía pero es una forma de compañía y reconocimiento que me hace bien, tanto como los comentarios o las devoluciones que le dan otra vuelta a la lectura.
Nos vemos la semana que viene.
Durante muchos años de mi vida gitana (más de 30 mudanzas) cargué con mi biblioteca de más de 3000 volúmenes. Sentía que no podía desprenderme de ellos, mis amigos. Pero un evento inesperado (cáncer metastásico) me llevó a terapia y a replantear toda mi vida. Descubrí que se viajaba mejor con poco equipaje y me convertí en minimalista. No fue difícil ir la ropa, el auto, los muebles, pero los libros fueron otra historia. Al final llegué al último paso en mi viaje de despojo y regalé, doné y "perdí" todos mis libros. Actualmente sigo siendo una lectora voraz, pero voy a una biblioteca. Otras veces compro, pero apenas los termino de leer, los regalo.
Me encanta tu diario, es un placer leerte siempre
Cerca de mi departamento había un café con un gran librero lleno de libros. También doné libros. Era agradable. Quebraron y no sé que fue de los libros. Paso por ahí e intento mirar hacia adentro pero está cerrado con candados. No logro ver.