Iba a ir al gimnasio pero me vine a escribir. Solo esa idea tengo y es apenas un comienzo, pero la prueba irrefutable de que un comienzo es también el primer paso, romper la inercia. Porque enseguida aparecen ideas para seguir.
Pienso, por ejemplo, en que en la última semana también hablé del gimnasio.
Pienso en la estructura de la primera oración. Me vine a escribir. ¿Me vine adónde? ¿Desde dónde? Lo pensé en mi casa pero lo ejecuté en un café. Me vine (a un café) a escribir.
Pienso también en la acepción más porno de la palabra: venirse como algo impulsivo, un torrente, una sensación imparable, placentera, vital.
Pienso, luego escribo.
Lo de venirse me da más curiosidad y lo busco en el diccionario.
Entre todos los ejemplos que da la RAE aparece uno que me sorprende.
Es correcto usar esta construcción cuando venir conserva plenamente su significado de movimiento: ―¿De dónde vienes? ―Vengo de tomar un café con Diego.
En ese diccionario (¿del futuro?) hay alguien que ya tomó un café conmigo, que interrumpió mi escritura, o que tomó el café conmigo cuando yo ya había terminado.
Un mundo paralelo.
Hay otro mundo paralelo en el que estoy en el gimnasio, a las puteadas. ¿Quién me manda a estar haciendo fuerza? ¿Quién y para qué?
En el gimnasio también estoy pensando, mientras suenas capas de música: la insoportable del gimnasio y la que elijo yo, aunque se mezclan las dos.
Hay una tercera capa: mi cerebro, mi máquina favorita de conversación íntima.
Una de mis escenas favoritas de todos los tiempos es la del Teniente Dan en el barco, en Forrest Gump, en medio de una tormenta. El tipo está enojado con la vida, con Dios, con todos (viene de Vietnam en donde perdió las dos piernas) y se interna en el mar junto a su compañero Forrest para pescar camarones. Ahí los agarra una tormenta, Forrest está aterrado y el teniente Dan grita enloquecido “¿Eso es todo lo que tienes?”.
Tengo amigos que atravesaron infiernos personales, angustias, dolores tan profundos como pueden existir e hicieron lo mismo, encararon la tormenta por el medio, desafiaron el destino y pudieron sobrevivir. Siempre tuvieron ahí cerca un compañero aterrado, que los acompañaba y los cuidaba. Me ha tocado más veces ese papel.
¿Vos fuiste Forrest Gump o el Teniente Dan?
Pienso en el mar muy seguido, me aparece todo el tiempo por más que viva en la Ciudad, que vea el Obelisco todos los días (esto es literal y es también una intención: quiero ver el Obelisco todos los días).
En Monte una mañana hermosa, un pueblo fantasma, me dice. El mar está implícito en su mensaje.
Mi hermana volvió de viaje, le pregunto: “te metiste en el mar”.
Busco sus mensajes para ver lo que me habían escrito sobre el mar: descubro que los había leído pero no les respondí.
A veces me escriben al mismo tiempo
Soy amigo de dos hermanos que están peleados. No hablo muy seguido con ellos pero también me pasa: Me escriben los dos al mismo tiempo.
Soy un punto de descarga, la punta de un triángulo isósceles.
Palabras que me gustan:
isósceles: la etimología me dice que viene del griego, que quiere decir “de piernas iguales”. Me resulta curioso, porque es una forma (las piernas) para describir otra forma (el triángulo).
También me gusta Camarlengo (esta la aprendimos esta semana) y Torunda. Cada vez que me saco sangre la leo en algún cartel:
“Luego de extraerse sangre se debe apretar la torunda de algodón entre 3 y 5 minutos para evitar la formación de hematomas”.
Estuve ojeando un libro que promete mucho. Se llama “Un inmenso azul” y lo escribió el sueco Patrick Svensson. La idea es sencilla, como para probar que no hace falta tener una idea compleja para escribir un libro. Son relatos e historias sobre el mar, sus exploradores, sus travesías, un viaje desde los descubrimientos hacia la depredación, como si se pudiera armar una cronología de algo que en el fondo nos resulta imposible de rastrear.
Digo imposible porque el libro plantea la depredación de las ballenas (pueden quedar solo 200 ejemplares) hasta otra idea más inquietante: hay 250 mil especies conocidas, pero podría haber otras 750 mil que no fueron descubiertas aún).
La última del mar: estoy siguiendo la travesía de Pablo por el océano Pacífico. No sé cómo llegué a él, lleva 24 días navegando solo. Planea cruzar el Pacífico, cuenta sus días, cómo hace para conseguir comida, cómo se organiza para dormir, habla del sol, de las tormentas, del viento. No hay en sus imágenes otras personas, otras voces. No hay más humanidad que él mismo, en modo selfie. Sus demonios y el horizonte.
Dejamos acá.
La semana que viene voy a escribir yo, pero planeo retomar los columnistas invitados. Los que quieran pueden colaborar con unos pesos vía Mercado Pago en este enlace.
Me despido con una canción,
Hasta la semana que viene.
Solo esperaba terminar la lectura para recomendarte que siguieras a Pablo, lo encontré justo esta semana, también estoy viendo The last of us y justo hoy decían, nunca nada por coincidencia.