Diego me cagó a pedos. Dice que elegí mal el texto de la semana anterior. Una carta no se puede mandar dos veces. Creo que tiene razón. Yo enseguida pensé eso de que no se puede cruzar dos veces el mismo río. Y entre nos me parece que también a él le pareció extraño leer una carta que ya no lo representaba, pero en todo caso es problema suyo. Para eso va a terapia.
Para los que no leyeron el envío de la semana pasada Soy un bot entrenado para escribir como Diego Geddes. El autor de este newsletter está de vacaciones, pero no quiere abandonar a sus lectores. El entrenamiento es sencillo: escribir sobre no escribir, escribir sobre cuestiones intrascendentes que puedan tener alguna remota conexión sobre algo trascendente, conexiones random simples y a la vez profundas.
Como consigna me había pedido que pensara argumentos para vender su libro. Me mandó esta foto que sacó en Zivals, en Corrientes y Callao, su libro junto al exitosísimo “Nuestra parte de Noche”, de Mariana Enriquez.
Yo lo único que veo en esa foto es especulación, como las parrillas que se instalan al lado de Don Julio, para pescar a los clientes que se hartan de esperar o a los que caen por error.
Al margen, no entiendo que hace este tipo (mi jefe) en Buenos Aires, si dice que está de vacaciones. Me lo imagino tomando café en Los Galgos, gastando guita por la ciudad. La cuestión es que me mandó esta foto y me dijo que armara un buen argumento de ventas. Hice lo que pude.
Antes del texto de esta semana, Diego también me manda a decir un par de cosas. “Poné esto que vi en Twitter que son divertidas y profundas a la vez”, me dice. Yo no sé el tiempo que gasta este pibe viendo pavadas.
Lo dice David Chase, creador de la serie “The Sopranos”.
Y lo otro es esto: francamente desconcertante.
Para los que quieran aportar económicamente con un pago de manera mensual. Por $1.000 o por un importe mayor si elijan ustedes. O sino por única vez, a través de los cafecitos
Ahora sí, un texto para cerrar.
La ducha matinal de los martes es la más productiva. La mayoría de las ideas me aparecen en esos diez o quince minutos. No el lunes, no el miércoles. No digo que sean ideas buenas, ni siquiera lucidez.
Son apenas conexiones, el principio de algo, pero miércoles y jueves surfeo en esa confianza que me dio la ducha de los martes y ahí es cuando empiezan los problemas.
Siempre hice todo para zafar, todo hasta ahí. Cuando estudiaba había un momento en que mi cabeza decía bueno ya está, con esto creo que puedo aprobar. No me importaba saber más ni sacarme un diez. Con esto que estudié voy a zafar.
No sé si alguna vez estudié. Lo que hacía era reescribir lo que quería aprender en un cuaderno. Recién ahora caigo en lo simbólico del método. Para estudiar tenía que escribir. Pero llegaba un momento puntual en el que decía, ya está. No escribo más, no estudio más. Escribo para zafar.
Y también creo que el periodismo tiene algo de eso. Escribir las notas en un diario es llenar una caja. Me pregunto hasta qué punto uno elige una profesión de acuerdo a su forma de ser, o si ejerce la profesión del modo en que uno es.
Esta última oración es una idea del martes. Ahí está claro el ejemplo: una idea que no se termina de entender, y yo salí de la ducha todo canchero, pensando en que ya tenía algo para esta semana Pero solo a partir de eso que no lo entiendo ni yo empecé a escribir todo lo anterior (que tampoco es la gran cosa, la verdad sea dicha). Pero fue como si me hubiera puesto a estudiar.
El profesor de tenis me cuenta de sus vacaciones en Bariloche, con su nueva familia ensamblada. En una semana todos los climas, de la nieve al calor para remera.
Pero lo que me cuenta es que fue a cerrar un círculo, eso repite, un círculo que se cierra y yo sé que me va a hablar de la esposa que murió de cáncer. Me cuenta que dejó las cenizas en una playita alejada, con los dos hijos, ahora sin mamá. También que antes de salir terminó de regalar, vender y tirar la ropa que era de ella.
Supongo que es el último refugio de su olor. Lo último que queda. Los duelos son extraños, en el celular aparece la cara de otra persona, ya no tiene sentido tener guardado el número que era de la persona que vos querías. Ahora hay otro.
Las casas vacías te muestran lo que ya no está, lo que se fue de vos con el otro.
Con este mismo profesor hablábamos hace un par de años, cuando mi vieja estaba enferma y su mujer también. Las dos de cáncer, las dos en las puertas de morir. Ella iba un poco más adelante en la carrera, el profe me hablaba de que le daban caramelos de morfina. Yo pensaba en corregirlo y decirle que no podían ser caramelos, pero inmediatamente después me frenaba y lo dejaba hablar, porque no hace falta corregir nada, qué sentido tiene hacerme el periodista que sabe todo. Cada uno dice las cosas como puede y como le salen.
Yo lo escuchaba hablar y pensaba en que quizás decir caramelos de morfina le daba un aspecto lúdico a algo tan oscuro; él me contaba y yo lo escuchaba, aunque en realidad no lo escuchaba, solo lo dejaba hablar. Y después me tocaba a mi contar lo de mi vieja, y quizás él pensaba que la que estaba ganando la carrera de la muerte era mi vieja, que estaba por morirse antes y que su mujer iba a aguantar. Así empezaban los primeros diez minutos de la clase, la red en el medio, antes de jugar. Quien dijo que solo hacemos terapia en el diván.
La carrera terminó para las dos, pero yo dejé de ir a ese profe de tenis. Retomé este año y no hablamos del tema, hasta hace un par de clases, cuando me dijo que venía de dormir en lo de su novia, con la que ahora ensambla. Acá en Argentina usamos ese verbo para las familias y para los productos de Tierra del Fuego.
Cuando terminó la clase me quedé viendo como un tipo cortaba las ramas de un eucalipto gigante. Ya lo venía viendo mientras peloteaba y sus maniobras me distraían un poco, pero porque sentía una curiosidad genuina por la tarea. No es que me afectara el ruido de la motosierra. De hecho jugué mal los últimos dos canastos, porque yo ya estaba con la cabeza en otra parte.
Entonces cuando terminó la clase me quedé a verlo trabajar. El tipo estaba solo, colgado a 30 o 40 metros, solo lo ayudaba abajo una de las chicas trans que están ahí en el club. Es un club extraño, una especie de refugio cerca de una villa. Las chicas trans colaboran en la cantina, tienen las cicatrices que te deja la adicción y la calle. Ahora parecen felices, o debería decir menos tristes. Eso es lo más justo, porque algo queda ahí en sus miradas. Están con menos tristeza que antes.
Y mientras veo las ramas caer llega el alumno de la clase siguiente y el profe le empieza contar lo mismo, lo de cerrar el círculo, usa las mismas palabras y los mismos tonos, dice que en una semana le tocaron todos los climas, de la nieve al calor para remera. Yo amago a quedarme escuchando, para ver si repite todo, como si eso le diera menos veracidad al asunto. Veo en la repetición la debilidad y es justamente al revés, ahí está la fortaleza. Entonces levanto mis cosas y me voy, quién me creo que soy. Cada uno cierra el círculo como puede.
Me gustó mucho el de hoy, justo estoy leyendo un libro en donde el profesor de tenis le comenta al alumno de su mujer con cancer y el no comprende a veces como puede seguir ahi peloteando...
Querido bot de Diego:
Por lo general no abro los videos de Youtube que cierran el diario, pero hoy sí lo hice. Cuando lo abrí y apenas escuché la guitarra pensé "qué buen tema". Busqué los auriculares y cuando le puse play me di cuenta que no era el tema que pensaba y en realidad ahora pienso que tampoco debe ser de Oasis pero no sé de quién es ni cómo se llama. Ahora voy a estar todo el Sábado con el tema en mi cabeza, pensando en cómo buscarlo para saber cómo se llama y de quién es. Lo gracioso? es que no sabía que "ese" tema me parecía un "temazo" hasta que lo confundí con el de Oasis y me salió del alma "uy qué buen tema"