Estamos los cuatro en un café un 24 de diciembre. Afuera llueve, caminamos muchas cuadras hasta acá para entrar a uno de los pocos cafés de especialidad que están abiertos en el barrio. En realidad ya ni siquiera estamos en nuestro barrio, caminamos tanto que surcamos algunas pequeñas fronteras barriales, nos mojamos, quizás fue innecesario pero antes de salir dí una de las pocas órdenes que suelo dar en casa, con convicción y sin dudar. Salimos igual y si llueve fingimos demencia, dije. Tenemos un solo paraguas para los cuatro, lo usa Clemen por orden de prioridades.
En el café hay poca gente aunque sí muchos empleados, como si hubieran sido citados todos para un brindis de fin de año. La ciudad está quieta, rara, no es un fin de año como siempre. Nosotros tenemos nuestros teléfonos, los chicos libros y cuadernos para dibujar. Nos podríamos quedar mucho tiempo. Somos un equipo unido y preparado para la tempestad.
Entra un hombre que está todo vestido de rojo (o podría ser bordó, es lo mismo). Pantalón bordo y chomba bordó (o roja): lo detecto enseguida, es un viejo periodista de la televisión, de la radio, de las revistas. Un viejo periodista ya cerca de sus 80 años comparte esa tarde con nosotros y yo lo observo por cholulismo y admiración. ¿Qué hace vestido así?
Nos sentamos en paralelo, el periodista y yo, sobre unos sillones mucho más cómodos que las sillas de hierro de diseño que me enfurecen por lo incómodas que son, con un respaldo a media espalda, caños duros, absurdo pero eso sí, lo lindas que son. Sol quiere comprar una de esas para el patio y yo me niego desde siempre. Ya casi no hablamos de ese tema. Ella encontró mejores opciones.
De fondo veo la casa de otro periodista histórico, muchos años acreditado en Casa Rosada. En un mismo plano entra el viejo periodista que está en el bar y la casa, también roja, bellísima, sobre la calle Caseros. Y entonces el periodista abre las cortinas de su casa y mira hacia la calle desde un primer piso. ¿Mira hacia nosotros?
El resto de nuestra estadía en el café transcurre con normalidad. Cuando volvemos ya no llueve.
Es sábado, 2.14 AM y escribo por la absurda promesa que hice la semana anterior, de entregar un newsletter más (igual creo que el último newsletter fue uno de mis favoritos). Tengo un cansancio ancestral, termino el año en el que más laburé en toda mi vida. Cuando me preguntan de qué se trata o por qué escribo no tengo una respuesta concreta, simplemente no puedo dejar de hacerlo. Nunca hice algo con tanta constancia: desde octubre de 2018, todos los sábados a las 8.30 AM, solo cierro por vacaciones dos o tres semanas al año.
Estamos cerca de llegar a los 4 mil suscriptores, ya perdí la noción de cómo es la circulación y las llegadas. Solo sé que se sigue suscribiendo gente, también que cada sábado muchos se van, y ya no me duele perderlos. Tampoco me inquieta cuando llega algún colega famoso, alguien que en otro momento me obligue a brillar. La obligación de ser genial ya me la guardé en el bolsillo de la camisa.
Quiero dejarles una encuesta para leerlos un poco a ustedes. Entren a este link y hay algunas preguntas sobre el newsletter, les pido que se tomen un ratito para contestar. Y así cerramos el 2023.
Nos vemos la próxima.
👍