Estoy pensando cómo hacer para que 20.23 sea mi año. La mayoría de la gente que conozco, mis pares periodísticos, están con buenas ideas y proyectos, yo siento que navego unas aguas demasiado quietas. Por supuesto, todo esto surge de un diálogo interno que está en uno de sus peores momentos. No es tan así lo de mis pares periodísticos, aquellos que fuimos jóvenes promesas, o incluso en mi caso el escalón anterior, aspirantes a jóvenes promesas, un momentito de fama y ya.
Pero decía, el locutor interno, el de la contra, está trabajando incansablemente en derrocar al Diego que se queda en la zona de confort del 2 a 0. Y está ganando la batalla. Quizás esté bien y esa voz interior me ayude. Yo quiero ser Influencer de algo. Los otros días hablaba con la psicóloga de lo bien que estoy con el tema del duelo, tramitado ya a la altura de los últimos formularios, unas últimas materias antes del posgrado. Es decir, creo que ya podría ser Influencer de los huérfanos.
El primer consejo es dejar que pase el tiempo. Es decir, procrastinar.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación (el último de 2022).
Voy andando en bicicleta por la avenida de Mayo y en la bajada que empieza en la calle salta y llega hasta la entrada a la Plaza de Mayo empiezo a gritar como un loco “La Frigidaire… Daniel Scioli”, todo con la voz de Enrique Moltoni.
Son uno 30 o 40 segundos de felicidad plena, un miércoles cualquiera de diciembre en la ciudad que está en ese limbo de quedarse vacía de residentes y llenarse de turistas.
Por supuesto que cuando pasa todo ese impulso de plenitud me pregunto si alguien me escuchó gritar lo de la Frigidaire, si alguien podría entender que estoy hablando de la etapa de Daniel Scioli en la motonáutica, las carreras en lancha que pasaba Canal 9, los anteojos culo de botella de Enrique Moltoni.
Un mundo que quedó en el pasado y que no comparto con casi nadie, salvo con los dos o tres amigos a los que les pegué esto del grito de La Frigidaire” (léase “La Friyideeeer”) cuando algo fluye o va bien o a buena velocidad.
Envejecer es una forma de soledad y también una forma de enloquecer.
Las fotos de esta edición las saqué de esta selección que hizo la revista Time: las 100 fotos del año 2022.
Fui a jugar al tenis, la última clase del año. En diciembre siempre pienso que las clases van a terminar con una lesión extrema, una rotura de ligamentos cruzados que me va a impedir disfrutar de las vacaciones, manejar hasta la costa. Siempre me pregunto si es realmente necesario ir a la última clase en lugar de quedarme en mi casa, no vaya a ser cosa que.
No sé de dónde sale esa manera de pensar, es probablemente una forma de crianza de los años 80, el miedo a casi todo. Yo no quería ser como mis amigos más facheros, ni como los que jugaban bien a la pelota. Yo quería ser como los que nunca se hacían una pregunta.
Yo me hacía demasiadas preguntas y tenía demasiados miedos, siempre la muerte rondando por ahí entre las posibilidades de cualquier cosa: un viaje en la ruta, un accidente en la 502, quedar electrocutado en los baños del club, un vidrio que se te clavaba en la axila como Claudio Zacarías. El miedo podía encontrarse hasta en la revista El Gráfico.
Jugué al Loto Plus porque había mil millones de pesos en premios, me pareció una buena manera de encarar el 2023.
Cada vez que apuesto a unos de estos sorteos procuro hacerlo en una agencia que no quede cerca de mi casa, como para no dejar rastro y que el quinielero no sepa quien soy en caso de ganar. Es tan ridículo que me da vergüenza escribirlo.
Pero a la vez creo que también funciona como un complemento a la terapia de caminar, esas cuadras en las que vuelvo a mi casa voy pensando en lo que haría con el dinero. O no, mucho más profundo aún. Camino con la convicción absoluta de que voy a ganar el premio, que los números que acabo de jugar tienen una superioridad evidente, la magnífica curvatura del 3, la elegancia del 17, la notoria supremacía del 32.
Agrego algunas cosas que no hice en 2022. (acá dejo el Balance 2022 de la semana pasada)
Empezar natación
Jugar al pádel
Viajar más a Bahía
Escribir más entradas en el Atlas Universal de los Recuerdos.
Comprar alguna obra de arte. Una serigrafía. O un gato, pero que sea bien independiente, que casi no me quiera.
Y más cosas que sí hice
Bajar de peso
Leer muchos libros
Escribir cada semana este Diario de la Procrastinación (que es también un Diario de la Constancia, de la Voluntad y de la Persistencia).
Con lo cual es suficiente. Dejamos acá…
Ahora sí, me voy de vacaciones (pero me llevo la compu). Con lo cual pueden pasar dos cosas: sigo escribiendo porque voy a estar fresco de la cabeza, con ganas de contar cómo es esa aventura un poco lisérgica que es la playa de la Costa Atlántica, o bien me quedo sin escribir por una par de semanas y ya, total no va a pasar nada.
Gracias de nuevo a los que leyeron todo el año, o leyeron salteado, o aunque sea alguna vez. Gracias para los que dejaron comentarios a los textos, me hicieron compañía o dejaron un cafecitos, suscripciones o algún mensaje colgado.
Estén atentos a su casilla de correo y cualquier cosa después vemos. ¿Acaso no es este el Diario de la Procrastinación?
Para cerrar, los invito a que se queden conmigo.
Gracias por cada entrega, me gusta mucho el tono de tus textos
Buenas vacaciones!
Muchas gracias Diego. Que pases hermosas vacaciones, con ganas de escribir o no.
Feliz 2023 de parte de otra procastinadora, miedosa que se la pasa discutiendo consigo misma.
Abrazo!