Lunes
En cada comienzo de la semana repito un ritual angustiante, que es recibir la notificación en el celular de la cantidad de horas que pasé frente a la pantalla. Casi siempre estoy en 4 horas diarias (para ser justos, nunca menos de 4 horas 30 minutos), solo una vez estuve en menos de 4 horas y muchas veces llego a 5 horas. Como esta semana: 5 horas 12 minutos.
Y el ritual angustiante es este: la promesa de comprar esta misma semana un reloj despertador para evitar tener el celular en la noche, cerca de la cama. Esa hora final en la que estoy con el teléfono de un modo absurdo, la luz sobre la cara, el contenido idiota, las vidas ajenas. ¿Para qué?
Pero lo peor es que me impongo la absurda condición de comprar un despertador y usarlo desde el lunes, medir la semana completa, y eso obstruye toda decisión, como no lo compré el lunes, ya no vale la pena comprarlo el martes o el miércoles y medir la eficacia de esta estrategia. Las semanas del nuevo despertador, así podríamos llamarla.
Otra cosa que me prometo al iniciar la semana. Cambiar dos lamparitas que están quemadas, una en la escalera y otra en el pasillo de arriba, cerca del baño. Es una tarea que no debería demandarme más de 15 o 20 minutos, incluido el armado de la escalera. Sin embargo no ocurre: y la tortura es permanente, veo esas luces quemadas cada noche y siento la cuenta pendiente.
Sin embargo la semana arranca con energía y buenos planes: compro cuatro cajas de Ibupirac cápsula blanda en Farmacity porque hay 2x1, compro también nuevos cepillos de dientes para mi y para Benito aprovechando que hay 20% con el BBVA. Compro también un Jameson Black Barrel que veo a buen precio en una oferta. El dólar debería subir, y por lo tanto el whisky también.
Abastecer a la familia y al espíritu. Dicen que algo así está en la bandera de Brasil.
(esta y todas las fotos fueron tomadas de esta selección que hace The Atlantic, con lo mejor de la semana).
Martes
Una noche pésima. Un mosquito me picó en el dedo meñique de la mano izquierda y me desperté a las 3.28 AM. Prendí la luz y busqué al mosquito pero no lo encontré. Lo que sí advertí es que las picaduras eran dos, una más a la altura de la muñeca, justo en la inserción del cúbito (o del radio), en donde tengo una especie de sobrehueso. Camino hasta la habitación de mis cachorros (nunca les digo así pero tengo esa sensación y esa palabra cuando voy hacia ahí: voy a defenderlos del mosquito picador). No hay bicho más traicionero que el mosquito, andar picando a mansalva a bebés y niños indefensos. Pero tampoco lo encuentro.
Estaba soñando con un partido de pádel pero jugado en modo single, contra un compañero de laburo. En el relato del sueño él viene jugando habitualmente y yo soy el que sería hoy, un jugador que supo jugar bien y que hace años no toca una paleta. Sin embargo lo enfrento confiado, le digo que no me puedo haber olvidado. Me gana el primer game fácil, en 40-15, yo arranco mi game de saque perdiendo el primer punto, parece que no voy a poder cumplir con lo que prometí, pero después le gano cuatro puntos seguidos.
El partido termina ahí (o capaz seguía, pero el mosquito). Datos aleatorios. Estaba la mamá de mi amigo, era una señora grande, como si fuera su abuela. Yo jugaba con una camiseta con los colores de España pero tenía atrás el número 13 y la leyenda Ortega (por el Burrito).
A esta altura de la semana debería decir también que tengo una computadora nueva. La que usé en los últimos 5 años no va más, se murió (algo conté en la edición anterior). Es la que usé para escribir 5 años de este newsletter, con todo lo que eso implica, en términos simbólicos y todo lo demás (teclado, sensaciones, archivo).
Ahora escribo en una máquina nueva, marca Acer. Todavía no estoy del todo familiarizado con el teclado, sobre todo la parte del Enter y las flechitas. Caí en la cuenta también que no tengo computadora propia, casi que nunca tuve. Siempre usé las del laburo.
Ah, además se me borró todo el archivo de textos. Ustedes, los lectores, son la memoria del newsletter.
Esto lo puedo estar inventando.
Miércoles
No lo comenté ni lo había advertido hasta ahora, pero me gusta haber vuelto a escribir como un diario, marcando los días. Los viejos lectores del newsletter llegaron a leerlo así. Yo me había cansado del formato, sobre todo porque me sentaba a escribir los viernes y repartía cosas arbitrariamente cada día. Lo sentía falso. A veces jugaba con eso de “los lunes nunca escribo los lunes…” y así. Los viejos lectores del newsletter saben de lo que estoy hablando.
La verdad que no tenía importancia lo real y lo ficticio.
Pero aprendí que dejar morir un formato o una idea para después retomarlo puede ser una buena estrategia.
Jueves
Otra vez un mosquito. Esta vez en el índice de la mano derecha. Otra vez ir hasta la habitación de los chicos, no encontrar el mosquito. Otra vez las preguntas. Por qué me pican en los dedos y no en otra parte del cuerpo (hoy hizo calor, dormí con más carne al aire). ¿Mis dedos son sabrosos? Esa pregunta, a las 4.36 AM, no tiene ningún sentido, y sin embargo se me aparece. Y tampoco tiene sentido advertir esto: siempre me termino despertando a una hora par. Una extraña forma de lucidez.
Esto lo advierto al ver el teléfono celular, porque no me compré despertador. Esto no lo estoy inventando, efectivamente es otra semana en la que sigo como antes. Frustración de madrugada.
Viernes
Ocurre el milagro, quizás motorizado por el feriado. Cambio las dos lamparitas y advierto que completar la tarea no me genera satisfacción alguna. Nada. Ni armar y desarmar la escalera, ni limpiar las lámparas, ni tener de nuevo el caudal de luz habitual. A vos te lo digo, gurú del coaching: no me genera satisfacción haber completado una tarea pendiente. ¿Está mal?
También me doy cuenta de que estoy harto de comprar haciendo siempre el cálculo apropiado, tal día con tal tarjeta porque tiene descuento, tal cosa tiene mejor precio acá pero si le sumas el envío no te conviene, tal otra es más cara pero como tiene cuotas mejor ahí. Yo solo quiero tener una plata estándar y comprar en los negocios de mi barrio, el día que mejor me quede. El cálculo permanente, daño colateral de la argentinidad.
Unos hombres gigantes practican el karate, golpean unas defensas, gritan bien fuerte en cada impacto. Estoy ahí porque Beni practica el karate (así le dice el Sensei: usa el verbo “hacer el karate” o “practicar el karate”, me gusta la construcción que usa) en una sala contigua. Yo leo un libro sobre un escritor polaco que se quedó a vivir en Argentina.
Sobre Argentina, esa tierra que lo recibe, dice Gombrowicz: “Debo agregar que si incluso alguien me lo hubiera exigido, a costo de la vida, no hubiese logrado precisar qué fue lo que me sedujo en esta pampa fastidiosa y en sus ciudades eminentemente burguesas. ¿Su juventud? ¿Su inferioridad? (…) Argentina seguía siendo algo cien veces más rico. ¿Vieja? Sí. ¿Triangular? También cuadrada, azul, ácida en el eje, amarga desde luego, sí, pero también inferior y un poco parecida al brillo del calzado, a un topo, a un poste o a la puerta, también del género de las tortugas, fatigada, embadurnada, hinchada como un árbol hueco o una vasija parecida a un chimpancé, consumida por el orín, perversa, sofisticada, simiesca, parecida también a un sandwich y a un empaste dental… Oh, escribo lo que me sale de la pluma, porque todo, cualquier cosa que diga puede aplicarse a la Argentina”.
(esta sí que es Argentina, diría otro extranjero. La foto es, por supuesto, en Puerto Madryn, y la sacó Agustín Marcarian para Reuters).
Dejamos acá.
Gracias por la lectura de cada semana, por esperar este correo como parte de una rutina. También, infinitas gracias para los que dejan algún comentario, los que apoyan con un aporte fijo mensual o los que dejan un cafecito (para comprar whisky o cepillos de dientes o Ibupirac).
Encontré un disco nuevo de Calamaro en vivo. Hace mucho que no lo traigo por acá, para cerrar el newsletter.
Ojalá les guste. Nos vemos la próxima.
He pensado el tomar la costumbre de escribir todos los días, no lo he logrado. No como escritora sino como diario personal, mi terapeuta dice que me ayudara. En cuanto a contar los pesos y hacer cálculos.. Creo que todos los latinoamericanos de clase media para arriba sentimos eso.
Yo también estoy podrido de andar haciendo esos cálculos para comprar en tal o cual super o negocio o día de la semana o tarjeta de descuento. Basta! Mi mujer creo que ya se acostumbró. Yo ya no lo soporto...