Un padre hace un viaje de más de 200 kilómetros con su hija de 9 años escondida en el baúl. Es remisero, lleva 4 pasajeros en el auto. La policía lo detiene y el caso llega a los medios nacionales. Una ola de repudio, que me incluye entre los repudiantes, lapida al conductor. Lo que se amplifica es la versión de la policía: la madre no estaba al tanto del viaje, la pequeña viajaba en condiciones de hacinamiento.
Siempre hay que desconfiar de la versión policial.
Luego escuchamos la versión de los hechos del remisero, Juan Fermín Heredia, de 36 años, oriundo de Santiago del Estero. Se gana la vida haciendo viajes hasta Córdoba, por unos 50 mil pesos cada viaje, a bordo de su Citroën Xsara, un modelo que dejó de fabricarse en 2012..
Ya tenía coordinado el viaje con los pasajeros y mi hija se sentía mal, y quería llevarla al médico. Si mi hija iba recostada en el asiento trasero, no podría haber trasladado a los pasajeros, y acá necesitamos el mango. Nosotros vivimos buscando el mango para vivir lo mejor posible. No soy un mal hombre ni un mal padre: estaba llevando a mi hija al médico y también trabajando para darle una vida digna. tenía manta, almohada, celular con WiFi, auriculares. Estaba entretenida y cómoda.
Dice que antes trabajaba como camionero, y que sabe lo que quieren los policías cuando te paran en la ruta. Es decir, un soborno.
Una pregunta queda flotando en toda esta historia. ¿Qué pensará la niña, que recuerdos le quedan de toda esta experiencia? ¿Llegó a darse cuenta de lo que estaba pasando?
El miércoles fui a un evento por el Día del Periodista y me regalaron una camiseta de la Selección Argentina.
A la salida me metí en una librería, tenía que hacer tiempo hasta la hora del programa de radio y me compré dos libros. Tengo una regla personal que relaciona estos dos hechos, una forma de devolución que compensa el regalo recibido y el gasto que hice después. ¿Una forma de devolución a quién? ¿Al mundo? ¿Al sistema capitalista? ¿A mi mismo? No encuentro la lógica. ¿De dónde salieron esas reglas propias?
No recuerdo haberlas aprendido de nadie. Tampoco recuerdo haber sido constante, debo admitir. Fui a muchos eventos en los que me regalaron cosas y no siempre seguí esta regla. Sin embargo, si me abordaban a la salida de la librería y me preguntaban por qué me había comprado esos dos libros (ya cuento cuáles) yo tenía absolutamente claro que el asunto de la camiseta, el regalo recibido, y esta compra eran dos hechos conectados entre sí. Una forma de devolución.
Hacer tiempo es una maravillosa construcción verbal. Hacer tiempo debería llamarse perder tiempo, dejar transcurrir el tiempo. Hacer tiempo es en realidad “hacer (que el) tiempo (pase)”.
Hacer tiempo es una forma de procrastinar, según la Real Academia Española, esa entidad que usamos solo cuando nos conviene. Ellos dicen que hacer tiempo es:
Entretenerse esperando que llegue el momento oportuno para algo.
El momento oportuno. Qué definición.
Me gustan los diccionarios porque son libros infinitos.
Federico Lagual: en una conversación entre grandes escuché que dijo “Chiche Lucarelli tiene un cáncer que se lo está comiendo”. Chiche era el papá de un amigo mío, y con esa frase suelta me enteré que mi amigo se iba a quedar sin su papá. Todavía me rebota esa frase en la cabeza. Yo también tenía 9 años.
Me compré “Una perla en la arena”, un libro hermoso que escribió la actriz Leonora Balcarce. Cuenta la historia de Sara, una mujer que es un poco como la estafadora que hace Darín en 9 Reinas. Un poco estafadora, un poco mitómana, un poco chanta, una mujer que vive todo el tiempo por encima de sus posibilidades, en el Hotel Alvear sin un mango, en los hoteles de lujo, una mujer de la aristocracia.
La historia está contada desde el punto de vista de Sara, pero es la propia historia de Leonora. El libro es un acto de amor, de redención, de reconciliación.
Para los que escribimos, también es una maravilla la forma en que está contado, sin adjetivos ni calificaciones, solo una sucesión de acciones que nos muestran a Sara enterrada hasta el cuello en sus propios delirios. Es un acto de justicia.
Papá me tomó de la mano, se agachó para estar a mi altura, apoyó su otra mano en mi mejilla, acercó su cara a la mía, me miró fijo a los ojos y me dijo: “Hija querida, vos sos una perla en la arena, que nadie nunca te diga lo contrario”. Una ola nos mojó los pies y yo sentí un escalofrío que me atravesó entera.
Pasó mucho tiempo hasta que pude entender lo que me quiso decir. Después de muchos años de arruinar mi vida y la de los que me rodeaban, entendí que todos mis actos fueron consecuencia de esa frase, de esa certeza de que yo era única.
Mi paso por esta vida fue como la bomba de Hiroshima, para mi y para los que estaban cerca. Esta es una reflexión que solo queda en mi interior y que apenas dura unos segundos en mi conciencia, como el mar helado que nos tocó los pies aquella tarde”.
El otro libro es “Veinte días con Julian y Conejito”, de Nathaniel Hawthorne. Hawthorne, autor de La Letra Escarlata y también destinatario de la dedicatoria de Moby Dick (“En señal de admiración por su genio, este libro está dedicado a Nathaniel Hawthorne”), pasa 20 días a cargo de su pequeño hijo Julian, de 5 años, mientras la madre viaja por trabajo a Boston (con las otras dos hijas del matrimonio).
28 de julio de 1851
No sé cómo hicimos para superar con éxito el baño de antes del mediodía y ese tipo de menesteres razonables. Por uno u otro motivo son tan constantes sus demandas que resulta imposible escribir, leer, pensar, tan siquiera dormir (durante el día), pero es un hombrecito tan alegre y simpático que todos los incordios tienen algo de satisfactorio.
3 de agosto de 1851
O bien hoy tengo menos paciencia de lo habitual o el hombrecito está más exigente. Lo cierto es que me parece que esta vez me ha acosado con más preguntas, referencias y comentarios de los que podría soportar ningún padre mortal. ME pone casi al límite, no me deja ni un segundo, no para de meter baza en mitad de todas las frases que trato de leer y destruye hasta el más mínimo intento de reflexión en mil pedazos.
Son dos libros absolutamente diferentes (uno de 2024 y el otro de 1851), y son también el mismo libro: una madre y una hija, un padre y un hijo. Lo del tiempo es apenas una circunstancia.
Dejamos acá.
Robi Draco Rosa es un personaje espectacular. Pequeña bio: fue compañero de Ricky Martin en Menudo, después produjo algunos de los discos más exitosos de Ricky, es autor de “Livin´ la vida loca”, “La copa de la vida”, “La bomba” y también un sobreviviente. Estuvo hasta el cuello con las drogas y en 2011 zafó de un cáncer de hígado (de los que casi nadie zafa).
Acaba de sacar un disco con versiones muy originales y un repertorio hermoso, como Eres, de Café Tacuba, Sin documentos, de Los Rodríguez, Me gustas tu, de Manu Chao, o una joya no tan popular como En Remolinos, de Soda Stereo.
Draco Rosa canta mal, entra tarde a los temas, quiebra la voz. Y sin embargo tiene un encanto absoluto. Todo el disco es una joya (una joya oscura, pero joya al fin, el brillo está por ahí)
Nos vemos la próxima
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Gran recomendación el disco de Draco. Lo escuché recién. Genial.
Draco Rosa fue otro con una niñez, o vida, de viajes, cambios y mudanzas