Quiero probar cosas nuevas, un formato que me permita seguir, no tener que pensar cómo arrancar cada semana sino llegar a la pagina en blanco con envión. “Al bar hay que entrar saludando”, dice mi amigo El Sabio.
Es absurdo lo que planteo sobre las estructuras y los formatos, debería escuchar más a mi amigo, seguir sus consejos, imitar su estilo, su seguridad, su confianza. Su mirada de las cosas.
A los amigos hay que admirarlos primero y después quererlos (el cariño es un sentimiento menor, ya que estamos hablando con franqueza).
Los niños vienen con un defecto de fábrica. La vara para medir el asco la tienen desactivada por completo, Mi hijo, por ejemplo, es capaz de hacer pis en el lugar más asqueroso del mundo, supongamos La Bombonera a los 40 minutos del segundo tiempo, tocar el mingitorio, y no percibir el desastre que es todo, y en cambio si le das una banana para comer y tiene una leve mancha amoretonada, una mínima imperfección es capaz de hacer un escándalo. No advierte el matiz. ¿Cómo es posible que suceda eso?
La última semana cerré con una canción de Mon Laferte, nunca explico del todo los motivos, trato de dejar alguna pista por ahí, a veces el título del newsletter es un verso perdido de la canción que está al final. Reportería circular.
La cápsula
Escribo en un café que tiene los vidrios empañados, no puedo ver hacia el exterior y entonces la escena sucede como si esto fuera una cápsula privada, estamos aislados de todo. Es un alivio.
Lo que más me gusta en el mundo es escribir sobre las canciones, pero no de un modo convencional, no la crítica de un disco sino la emoción que te puede generar un verso, una melodía, conectarlo con sensaciones urbanas, con la nostalgia de los tiempos que fueron feos, a veces incluso desafiando a nuestros propios gustos, preguntarme de manera genuina cómo puede ser que este tipo haya escrito una canción tan boluda y al mismo tiempo no poder dejar de cantarla. La fascinación por lo improbable.
De esta canción de Mon Laferte me gustan esos versos del estribillo, cuando Monserrat canta “Ven y cuéntame la verdad, ten piedad” le está pidiendo al tipo que la dejó de querer por qué pasó eso. Pero lo mágico para mi está en esos versos antagónicos entre “decímelo todo, por qué me dejaste de querer, estoy dispuesta a escucharlo, pero a la vez sé bueno, dilo con cuidado, no sean tan malo, ten piedad (de mi)”.
Hoy voy a dejar otra canción al final y la semana que viene voy a explicar por qué. Contaré la verdad (o algo parecido).
Mario Levrero se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero: su círculo íntimo lo llamaba Jorge Varlotta, pero se hizo famoso como Mario Levrero.
Mon Laferte se llama Norma Monserrat Bustamante Laferte. Para el mundo es Mon Laferte, pero si algún día me la cruzo en la calle le voy a decir Norma Bustamante a ver qué pasa.
Cuando entro a una librería y tengo un libro en la mochila tengo miedo de que me acusen de haberlo robado. Entonces, un mecanismo interno empieza a revisar el argumento del libro que estoy leyendo mientras estoy buscando otro para comprar, una cosa bipolar entre lo que estoy leyendo en ese momento y lo que quisiera leer.
Es una instancia improbable esa de que el librero me tome examen pero es un acto reflejo, no puedo evitarlo.
Algo parecido cuando voy escuchando una canción y me gustaría encontrarme al autor en la calle, como para mostrarle eso. Incluso ir escuchando alguna canción poco conocida de su repertorio.
¿Son situaciones similares? No advierto el matiz.
Un pequeño escándalo de esta semana es la pelea que tuvieron el cantante Manuel Moretti y el DT Israel Damonte. Moretti es hincha de Sarmiento de Junín y contó que no le gusta cómo está jugando el equipo. Damonte, DT del equipo, se defendió como se defienden los deportistas, atacando y no dando argumentos. Dijo que a él tampoco le gustaban las canciones de Estelares y que hace rato que Moretti no componía un hit.
Habría que decir que Moretti compuso “Ella dijo”, que sería el equivalente a que Damonte pudiera dirigir en el Real Madrid, River o Boca.
Ayer volví de una cena y escuché varias veces Ella dijo, es una canción que no me cansa nunca. Conozco todo de esa canción, cómo la escribió, el modo en que le apareció el estribillo mientras caminaba por el Abasto, lo que ocurrió al grabarla. La versión original era más larga, tenía una vuelta más de letra hasta el estribillo, pero Juanchi Baleirón, productor del disco, le recomendó que la hiciera más corta. La canción se volvió un hit absoluto, y a veces Moretti se da el gusto de cantarla entera en sus recitales: primero escuchó a un consejero, triunfó y recién después hace lo que quiere. Un sabio con la vanidad controlada.
Lo que me gusta de “Ella dijo” y de las letras de Moretti es que son rimas que no deberían funcionar, si uno las lee en papel incluso son un poco cacofónicas, “ella dijo y yo dije” o sino “y como un souvenir, me convierto en su souvenir”, pero arriba de la melodía son invencibles. También que los personajes de las canciones hablan a veces de un modo inverosímil, dicen palabras que no aparecen en las conversaciones habituales de las personas. Todo eso, en lugar de ser extraño, le da una esencia como de performance: son personas actuando una escena.
Después, o quizás antes de todo, la belleza de algunos versos, como ese que dice “los jeanes en el suelo”. Está todo ahí, uno puede ver la habitación, las ventanas abiertas, la mañana que está llegando. Una canción inmortal.
Dejamos acá.
Parroquiales:
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Los que quieran seguir la conversación responden este mismo mail y me comprometo a la respuesta, como mucho dentro de la misma semana y antes de la salida de un nuevo newsletter (garantía 100%, si no respondí alguna vez se pueden quejar y serán retribuidos). Gracias a los que escriben mandando aliento, recomendado películas, desarrollando alguna idea que yo dejo por la mitad por pereza o incapacidad o pura procrastinación.
Las fotos (y muchas otra más muy buenas) las tomé de este hilo.
La canción de hoy es de Nina Suárez.
Ella dijo es la única canción de Los Decadentes que se les escapó a Los Decadentes. Creo que en esa época estaban con el tema del prestigio.
De todo esta charla monológica, solo puedo sintetizar que, desde mi simple punto de vista, no hay por qué.
No sabemos por qué no cambiamos nuestra forma de hacer las cosas, o por qué tocar un mingitorio no es tan asqueroso como la manchita de una banana. No hay razones que expliquen nuestro gusto por ciertas canciones, o por qué tenemos TOCs y acciones paranoicas en nuestra cotidianidad.
Me gustan Las Pastillas del Abuelo. A veces no puedo entender cómo una música tan aparentemente sencilla puede tener una letra que me atraviese tanto.