“Lo mal que la estás pasando”. “Estás en tu peor momento”. “Vas a tener que tomar una decisión en poco tiempo”. Así son las conversaciones con mi psicóloga en las ultimas semanas, así empieza la sesión, pero lo más lindo de todo es que yo se lo digo a ella, una pequeña revancha personal que me divierte mucho.
Ella tiene su consultorio en un piso 6, frente al cementerio de la Recoleta. En los años del duelo hablé del tema, el cementerio ahí como escenario de fondo. Ahora cambió el panorama. Una obra en construcción crece en el terreno más próximo. Hay ruido infernal de maquinarias removiendo el suelo, cavando los pozos donde se instalarán las bases de una torre gigante, una torre que (lo hablamos) superará en altura a esta del consultorio, que tapará el cementerio. Hay humo también en la obra, no sé bien qué es lo que queman pero lo concreto es que generan un humo muy tóxico que a ella le genera alergia, rinitis, tos, mocos, un malestar constante. Lo mal que la está pasando.
Desde hace un par de semanas la sesión empieza así, un balance de cómo está la situación, mi impulso a que se haga cargo del asunto. Lo curioso es que esa charla en algún momento deriva hacia mis temas. Es mágico, como la desembocadura de un río, un cauce que da pie a otro, el agua cambia de color, el río es otro río, la obra sigue siempre de fondo pero los personajes ya son otros. La revancha terminó, empieza el verdadero partido.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Es lunes, todavía tengo en mi cabeza alguno de los temas sobre los que escribí la semana pasada, cuando empiezo a ver otros temas, los nuevos, que son los de siempre. Estoy en el colectivo 100, acabo de dejar a Beni en la escuela. A la altura de 9 de Julio y Belgrano, monitoreo de reojo el semáforo de los peatones para que me anticipe cuánto falta para que el semáforo del tránsito se ponga verde. Una forma de desembocadura también. Control de cauces.
Le pido permiso a la señora que está a mi lado, pretendo hacerlo mientras el colectivo está detenido, para evitar que ella se caiga, o al menos que no sufra tanto hacer los movimientos siempre incómodos de dejar pasar a otro con el colectivo en movimiento.
Todo esto en mi cabeza, mientras monitoreo a lo lejos el semáforo de los peatones. No hay en apariencia nada pero en mi cabeza construyo esto que es un acto de convivencia esencial para no cagarnos la vida entre todos, un gesto intrascendente y a la vez vital.
La maniobra se resuelve con una precisión absoluta, optimización del tiempo y el espacio, una contribución a la paciencia social.
Nadie lo ha advertido pero ocurrió un acto de ciudadanía.
Mostaza vio antes que nadie que Dibu Martínez tenía una estrella especial, lo contrató después de la Copa América y previo a sus milagros en Qatar para promocionar sus hamburguesas, una idea brillante porque es el máximo ídolo de los niños (sin contar a Messi, desde luego). Qué mejor que unir a un ídolo de los chicos con la comida chatarra.
Ahora sacó una hamburguesa llamada “Mega Epica Huevo”, pero no contrató al Huevo Acuña, un eficaz lateral volante que estuvo entre los campeones del mundo.
Quizás me pase de entusiasta pero creo que es una idea posible para un ensayito sobre el carisma y el esfuerzo de un deportista. Huevo Acuña, criado en Zapala, Neuquén, hay que ir a ese pueblito, jugar al fútbol ahí dónde no hay césped, hay viento, es casi otro deporte, llegar a la capital después de varios fracasos… Ferro, Racing y Sevilla. Una historia en la que el esfuerzo y la obstinación le ganan a todo.
La campaña de la “Mega Epica Huevo” la hacen Nati Jota, Homero Pettinato y Toto Kirzner.
No hay nada más deprimente que el deportista de alto rendimiento que se retira y canaliza su aburrimiento en dar discursos sobre lo que es la alta competencia, el resultado, el esfuerzo y la gratitud del camino recorrido.
Ahora le ha tocado a Federer hacerse viral por una charla en la que dice algunas cosas interesantes y otras bastante cursis.
Ellos, que fueron máquinas competitivas, jugadores que no quieren perder a nada, que son capaces de matarte con tal de ganarte un amistoso, ahora hablan de la importancia de perder.
“En el tenis, la perfección es imposible. De los 1.526 partidos de singles que jugué en mi carrera, gané casi el 80 por ciento. Ahora, ¿qué porcentaje de puntos creen que gané en esos partidos? Sólo el 54% -se respondió-. Cuando perdés uno de cada dos puntos, aprendés a no fijarte en cada golpe. Es apenas un punto”.
No tiene mucho sentido lo que dice, porque Federer se convertía en una máquina infranqueable cuando el partido se empezaba a definir.
Una vez Gaudio contó que competir con Federer era posible, lo imposible era ganarle. Hasta el 4-4 podías sentir que tenías chances, pero siempre ganaba los puntos más importantes. “Ace, ace, ace, ace”. Parece una actitud casi de psicópata, te dejo jugar hasta cierto punto, vamos a entretenernos, pero a la hora de la verdad voy a ganar yo, no tenés ninguna chance. Terminará el partido y te preguntarás que hiciste mal, y la respuesta es que nunca tuviste chances.
Lo que sigue después es el vacío del retiro, extrañar a los aviones y tomarle el gusto a las charlas Ted, en donde te aplauden cualquier cosa si tenés el carisma suficiente.
Una noche perfecta en Buenos Aires, una reunión para comer y tomar algo con amigos. Es martes, no hay mucho tráfico ni gente en la ciudad, a pesar de que la temperatura supera los 20 grados. Hacemos muchas cuadras en el auto. A la ida vamos escuchando Radiohead, analizando la perfección y la oscuridad de la melodía. Pero algo pasa en el medio, algo que necesitamos traducir a través de un intérprete más cercano. A la vuelta, varias cervezas después, digo que no es momento para escuchar Radiohead, doy una orden bastante directa, me siento Federer. Poné Calamaro.
Cantamos una trilogía imbatible: “Para no olvidar”, “Pasemos a otro tema”, “Todavía una canción de amor”.
Algunos días después sigo con ese tridente de canciones, en el bondi, en el subte. Y aparece algo que tenía presente y no recordaba. “Todavía una canción de amor” es una letra de Sabina y Calamaro tuvo dudas de cantarla porque no usa la palabra muerte para sus canciones (“la muerte es una amante despechada”, dice). Hay un par de excepciones, canciones que canta él pero que son de otros (“El marinero y el capitán, de Ariel Rot, “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, de Nico Landa).
Calamaro encerrado horas, días enteros, las persianas bajas, componiendo, tomando cocaína sin parar y nunca está la palabra muerte en su universo, un radar interno que le advierte, por las dudas no. Cábala, caos y creación. Universos compatibles. Cauces.
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Nos vemos la próxima.
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Me encantó la parte de Federer. No conocía lo de Andrés!! Te acordás de alguna entrevista en la que lo haya dicho? O solo se sabe?