Viernes:
No sé si ir al laburo en auto o elegir el transporte público. Es una jornada larga entre mis 3 trabajos y pienso que ir en auto sería lo más lógico, para cierta comodidad y no cargar la mochila con la computadora más pesada en mis espaldas.
Tengo buenos argumentos para las dos opciones, la que más me seduce es volver en auto a las 9 de la noche, mucho mejor que hacerlo en el 39. Pero todavía es demasiado temprano, apenas las 8 de la mañana y se me hace demasiado largo especular tanto.
Es agotador deliberar por una cuestión que debería salir automática. Doy vueltas al asunto y descubro otra cosa.
A veces me relato mal, me gusta decir que soy vago, inconstante, disperso, el campeón sudamericano del divague y la procrastinación. Hay un goce en mis desvaríos (esta semana, por ejemplo, me puse a ver la cancha de Argentino de Quilmes en Google Maps), pero la realidad es esta: tengo 3 trabajos y tengo que estar fusilado para hacerme el boludo y faltar a uno. Me da culpa cuando la logística familiar se enmaraña y tengo que cambiar algún horario o renunciar a la presencialidad, ni hablar de pedirme un día para rajarme a la costa o lo que sea.
No sé dónde forje un sentido de la responsabilidad que no se cuenta en mi relato. Acaso sí, hay un relato que lo cuenta de manera indirecta: tengo que estar fusilado para no escribir el Diario de la Procrastinación. Escribo siempre: enfermo, sin ganas, sin ideas, con ideas brillantes que se diluyen a la primera insinuación. Escribo siempre.
Al final elijo el transporte público pensando en que la movilidad urbana va a activar un mecanismo para la escritura (aunque veo que ya se activó).
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Me gustan las amistades inesperadas, cuando dos personajes bien distintos se olfatean la sensibilidad y se acercan, construyen algo, una compañía. Dos animales que deciden acompañarse.
Esta semana se entregó el World Press Photo, las mejores imágenes del último año. La foto que está más arriba fue la ganadora en la categoría “Proyecto a Largo Plazo”. Es un trabajo de la fotoperiodista armenia Anush Babajanyan, sobre la lucha por el agua en Asia luego del final de la Unión Soviética.
La foto ganadora es esta que publico acá abajo.
La fotografía, elegida por unanimidad por el jurado, muestra el traslado en camilla de la joven Irira Kalinina quien resultó herida luego de haber sido ingresada al hospital materno infantil de la ciudad de Mariupol.
La mujer estaba a punto de dar a luz en el momento del ataque. El bebé nació muerto y ella falleció media hora después con la pelvis destrozada.
"Esta es la imagen que quería olvidar, pero no he podido", dice Maloletka. A cada guerra le corresponde un fotógrafo que deja un testimonio y camina hacia el abismo de la locura.
Estoy en la calle.
Elijo la bicicleta naranja de la ciudad y pedaleo con soltura y energía. Dormí bien, desayuné con tranquilidad porque el resto dormía. Sacrifiqué una hora de sueño por una hora de silencio. Me bañé sin hablar con nadie, desayuné pensando en el día y en lo que tenía que hacer (y en cómo ir al trabajo).
Me gusta pasar por la zona del edificio de la Policía Federal, un micromundo de dos o tres cuadras con toda una lógica fascinante: los negocios definen todo. Se venden uniformes policiales, armas, préstamos personales a tasas asesinas, celulares y peluquerías. Hay también algunos hoteles de mala muerte y agencias de lotería (aunque las hay por toda la ciudad).
La idea de escribir sobre la policía también tenía que ver con este aviso que anduvo circulando por las redes.
Hay algunas respuestas muy graciosas (mi favorita es la letra de 2 Minutos, “Carlos se vendió, al barrio de Lanús…) pero lo que más me gusta es que quizás sea el creador del concurso el que se está riendo con todo esto, y no al revés. ¿Somos Locomotora Castro o John David Jackson?
Esto es un cuento corto.
Hay una rutina que comparto con un jefe policial. El llega a su trabajo a bordo de un Ford Focus con vidrios polarizados. Lo sigue otro Focus, también con sirena y polarizados. Debe ser su custodia. Vienen por la calle Luis Sánez Peña, cruzan avenida Belgrano y doblan en Moreno. En Belgrano los policías hacen un simulacro de importancia, cortan la calle para que pase el jefe.
Nadie parece amenazarlos.
Yo voy en la bici y trato de mirar al interior del vehículo. Una vez me encerraron, yo venía distraído y los putee: “Qué haces, la concha de tu hermana”. Me dio bronca que estuvieran apurados pero que no pasara nada. Era una simulación de la importancia. Pero no es que me sobraran agallas. Pensé que sería algún político que iba para el Congreso, por eso me animé a hacer lo que hice. Soy de la generación que todavía le tiene miedo a la policía (tengo la idea de que las generaciones nuevas le temen un poco menos, o al menos se animan a fumar porro en la cara de un policía).
El jefe de la policía bajó del auto y un oficial que está en la puerta le hizo la venia. Yo pasaba con la bici y traté de marcar su cara para después googlearlo. No era más que un tipo llegando a su trabajo. Me fui cantando la canción que se me había pegado desde el lunes. “Al partir, un beso y una flor, Un te quiero, una caricia y un adiós”.
Dejamos acá.
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Nos vemos la semana que viene.
Qué lindo eso de “(...) se olfatean la sensibilidad”