Un sueño encubierto
Anotá los sueños, lo que te gustaría, lo que ambicionás. Anotalo así podes visualizarlo, estar más cerca, preparar el camino, enfocarte, poner la energía. No sé si se lo escuché a Claudio María Domínguez o lo vi estampado en un almohadón, pero decidí hacerle caso a la consigna, acaso porque no tenía por dónde empezar y este ejercicio de escritura siempre necesita eso, consignas, un impulso breve, la primera vuelta de la manija. Una fuerza que viene de afuera para luchar contra mí. Mi peor versión para que aparezca mi mejor versión. O sin tanta exigencia, una versión superadora.
Bievenidos al Diario de la Procrastinación.
Esta foto que ven arriba forma parte de una selección de fotografías que me mandó mi prima, que vive en Chicago. Mientras veía todas estas fotos pensé que faltaban tus textos en el medio, me dijo. Elegí uno de los fotógrafos que aparecían en ese hilo para ilustrar esta edición. Se llama David Burdeny, tiene cara de fotógrafo y muchos trabajos increíbles con paisajes helados, como por ejemplo esta otra.
Sueño con tener una camioneta Kangoo, en lo posible blanca o gris, el modelo anterior, creo que 2016 o 2017 estaría bien, llevar unos libros sueltos en la parte trasera, tenerla un poco enquilombada, siempre un bolso con algo, zapatillas y la raqueta de tenis. O sino estar siempre listo por si un amigo se tiene que mudar, un sábado ganado a la vida, hacer un poco de fuerza y después tomar una cerveza del pico en un departamento recién inaugurado. Una vez manejé una Kangoo y me gustó la posición de manejo. Es todo una cuestión de postura.
Sueño con tomar vinos caros todos los días, etiquetas hermosas, bodegas variadas, tener para elegir (eso aplica para todo). Un mínimo de 30 botellas y un máximo de 60, tampoco me quiero enquilombar la casa.
Sueño con ir a Wimbledon, comer frutillas con crema, estar bien vestido, una camisa liviana, un pantalón fresco. Jugadores que vería hoy: Adrian Mannarino, Jannik Sinner, Zverev, Tsitsipas, Dimitrov, Tommy Etcheverry, el loco Kyrgios si estuviera activo.
Sueño con tener toda la gama de cremas para manos de Loccitane, usar una cada día, los pomitos pequeños, tenerlos sueltos en cajones, en mochilas, en la misma Kangoo, en la oficina, en la radio, en la otra radio, en los bolsillos de las camisas. Ya que hacemos listas, diría como última opción, en lugares inesperados, el etcétera que toca por definición para esta categoría.
Sueño con tener un negocio en el barrio que me anote. Comprar y comprar y comprar y a la hora de pagar decir siempre lo mismo: “¿Me lo anotás?”. Y cada tanto pasar y decir qué te debo Miguel, o Nancy, o Cacho, o como mierda se llame el encargado y pagarle sin preguntar nada, que la cuenta sea pura confianza. Un solo negocio así, no te digo todos los rubros, ya me haría feliz.
Sueño con que Miguel Borja me regale su camiseta de River, para yo poder regalársela a mi amigo Borja. Eso es, de algún modo, un sueño adentro de otro: que tu apellido esté en la camiseta de River.
Sueño con ganar un Oscar, no ser el director de una película pero sí estar cerca de los que la hicieron posible, alguna ayuda en los textos, una suerte de guía espiritual para el director, el único que le dice que no cuando todos le dicen que sí, o el que le dice que sí cuando todos le dicen que no. También opinar sobre la música, sobre las actuaciones, sobre el espíritu de la película. Subir al escenario en la entrega de premios y decir un discurso chiquito, accesorio, pero ocurrente, gracioso, genial ya que estamos en tren de soñar. Que la gente me vea incluso atractivo, sensual, acaso no es el mismo chico que andaba por Wimbledon con una camisa liviana y un pantalón fresco.
Caminar hasta Lujan, desde Liniers o desde donde salga algún amigo que me quiera acompañar.
Sueño con ir a Rio de Janeiro y a Nueva York alternativamente, los años pares Río, los impares Nueva York. El orden de los destinos no altera el proyecto.
Sueño con que, al menos una vez en la vida, se me ocurra una respuesta genial en el momento necesario.
Sueño con tocar en el piano las canciones que me gustan escuchar cuando escribo. Esto es, un jazz melancólico, casi imperceptible.
Sueño con tener arte en mi casa, un lote pequeño pero creciente de pinturas, serigrafías, dibujos.
Sueño también con un freezer tamaño frigobar, cuatro cajones completos, uno de milanesas de pollo y de carne, otro con bife de chorizo y tira de asado, otro con comida armenia y otro más liberado, con una bolsa de hielo, unas tiras de morron en un tupper, dos bolsitas de arvejas, una salsa de tomate básica y otra más cargada con estofado (de marzo a noviembre hay que hacer lugar para los guisos de lentejas).
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Vi Aftersun, una película que quise ver en el cine el año pasado y finalmente no pude ver, por todo este asunto de la procrastinación. Estuve cerca de ir, hasta que la sacaron de cartel. La procrastinación como palabra no existía pero ya lo practicábamos con esto del cine, estar cerca y tener verdaderas ganas de ver una peli hasta que finalmente la sacan de cartel. Eso era la procrastinación antes de ser diagnosticada.
Ahora llegó a Netflix y el asunto ayuda mucho, uno puede ver la película en cuartitos, como si fuera un rivotril. Uso la figura porque lo más sorprendente de Aftersun es la depresión intensa del protagonista, Paul Mescal, y la mirada de la hija sobre el asunto.
Mescal es el papá de una niña hermosa, llamada Sophie. Me pasó algo llamativo, es en realidad lo que vengo a contar. La niña actriz (Frankie Corio) es muy parecida a Laura Paredes. Es raro cuando pasa eso, una nena de 10 años que se parezca a una adulta de 40, redondeando la edad en ambos casos.
Lo del parecido lo digo con certeza porque los otros días la vi a Laura caminando por el barrio, creo que somos vecinos, porque también lo suelo ver a Mariano Llinás, que mide cerca de 2 metros con cincuenta. Mariano tiene canas en la barba en el mismo lugar que yo. Notable cómo presto atención a los detalles boludos.
Pero lo que me pasó con Laura Paredes es que la vi y pensé que la conocía de algún lado. Esta piba trabaja en algún negocio del barrio, es mami del jardín o de la escuela, el escaneo mental no me daba la respuesta por el hecho de que la tenía enfrente, como cuando no te sale el nombre de una canción porque está sonando otra canción de la misma banda. Una tapa a la otra.
Laura Paredes estaba buscando un taxi y yo me aproveché de esos segundos para seguir mirándola, que su cara me ayudara a entender de dónde la conocía.
Tuvo que irse en un taxi para que apareciera la clave: “Trenque lauquen”, ahí la había visto hace pocos días. Trenque Lauquen es una película que dura 4 horas y media, o sea que estaba muy familiarizado con su cara porque ella es la protagonista, y sin embargo no me salió.
Me hubiera gustado decirle así “vos sos Trenque Lauquen” y chau. Me gusta esa categoría de apodos que se asocian a un sustantivo.
Es notable como podemos ver seis o siete capítulos de una serie medio pelo, pero cuando decis que viste una película de 4 horas y media parece que sos un marciano.
Nunca entendí eso de recomendar una película. Me parece imposible recomendar algo, primero porque no me acuerdo de lo que veo, segundo porque no te conozco los gustos (incluso cuando creo que sí los conozco), tercero porque si te gustan las películas ya debes tener tu lista de pendientes, cuarto porque si necesitas que te recomienden algo es porque no soportas ver películas malas o regulares.
De todos los sueños que anoté más arriba los verdaderamente importantes son los de la Kangoo (por eso está primero) y el del freezer (por eso está último). Los del medio son de desarrollo, pueden quedar en la categoría sueños, incluso entraron en la lista por una cuestión lógica de la enumeración, que invita a agregar cosas. Parte del ejercicio de escritura. Sin embargo, algo hay, porque podría haber escrito otra cosa, como por ejemplo aprender el oficio de ebanista o practicar equitación con regularidad.
Acá aparece un ejemplo perfecto de lo que produce la escritura enumerativa, una cosa que llama a la otra: hable de los caballos y un sueño es conocer el hipódromo de Maroñas, en Montevideo. Prioridad en la escala onírica de Geddes. 32%.
Los sueños son solo sueños míos, no incluyen a otras personas. Escala onírica de Geddes 100%.
Sueño con escribir en el diario El País.
Sueño Florianópolis, gran película.
Por último. En instagram me apareció la canción con la que entré a mi casamiento. Creo que no la escuchaba desde entonces. Es una hermosa versión de “Sea of love” que canta Cat Power. Pensé que estaba bueno sumarla a este newsletter, hablar de canciones de amor, de esa elección un poco arbitraria y temporal que hace uno, con un peso que después no tiene. Todo lo que parece importante cuando organizas un casamiento después se diluye. Igual está bien esa canción, no me arrepiento (aunque ahora que escuché miles de versiones hay un verso muy extraño al principio, que dice
Do you remember when we met
That's the day I knew you were my pet.
My pet no es la frase más feliz pero es la ventaja que tiene el inglés en las canciones, uno no presta demasiada atención. Entiendo que “my pet” es también una forma de decir “mi chico”, pero es difícil aceptarlo así para un oído poco entrenado.
Escuché más de 20 versiones como para traer alguna acá, incluso una que canta Facundo Arana en un disco que sacó. No está mal, solo le criticaría que Facundo se esmera demasiado en pronunciar bien el inglés. Es decir, le parece más importante pronunciar bien que cantar bien. Imperdonable. Igual se nota que tiene buen gusto, porque en el disco elige buenas canciones.
Para cerrar, encontré este cover de la versión de Cat Power, es como un cover de un cover, un sueño encubierto. Y después vean otras canciones de ese mismo canal, que está muy bueno.
Nos vemos la semana que viene.