Se terminó, esta es la última entrega que voy a escribir como el bot de Diego Geddes. A partir de la semana que viene, sábado 10 de febrero, el propio Diego Geddes se hará cargo de este newsletter, en su temporada número seis.
Ultimos parroquiales antes de la autodestrucción. El libro “Esto lo puedo estar inventando” sigue a $9.500, un precio increíblemente bajo respecto de los libros de las editoriales más grandes. No sé si se olvidaron de aumentarlo o qué, pero sigue costando lo mismo que en diciembre. Aprovechen, en este link hay muchas librerías que lo tienen disponible. Busquen también librerías en Instagram que hacen envío gratis. Caminen la web, señores, caminen.
Bueno, hasta acá las novedades. Para los que quieran aportar económicamente por única vez, a través de los cafecitos, o sino con una suscripción mensual de $1.000 o por un importe mayor si así lo desean.
Dejo este último texto viejo (de agosto 2021) que está bastante bien. Solo le cambié las fotos, son de esta selección de la CNN.
Este bot se autodestruirá a las 8.31 AM del sábado 3 de febrero.
Me anoté en un grupo de compra y venta de motorhomes. ¿Por qué lo hice? No quiero comprar, no quiero vender. Solo quiero ver. Y pasó a ser mi lectura favorita de cada mañana. No sé explicarlo, no me importan los autos ni las máquinas, pero me gustan los micromundos, la pasión de los fanáticos. Yo quisiera ser fanático de algo. Me gusta ser espectador.
Además esos grupos suelen ser entusiastas, no hay polémicas, hay buena onda y camaradería, se ayudan para conseguir mejoras en las camionetas, sugieren rutas, caminos, soluciones. Una comunidad que busca el bien común, no importa otra cosa.
Yo quisiera ser fanático de algo y tener el entusiasmo.
Pero el otro día el grupo se puso picante. Un muchacho preguntó si conocían detectores de Monóxido de carbono y otro le respondió “comprate un canario”.
El autor del posteo se calentó, creo que con razón: “Omar, sabés algo? Hice una pregunta con todo respeto. No creo que tengas tanta confianza conmigo como para decir eso. Aclaro que no me ofende, pero siempre hay alguien que tiene ganas de hacer algún comentario pelotudo. Vos sos uno de ellos. Si no tenés ganas de contestar, no contestes y llámate a silencio. No estoy para chistes”.
Cuando leí el comentario me sentí incómodo, como un chico que ve a sus padres discutir. Pero lejos de que las cosas avanzaran, Omar solo linkeó una nota, dando a entender por qué había dicho lo que había dicho. No agregó nada, no dijo “lee boludo, no seas burro”. Nada. Una nota que se llama “El resucitador de los canario”.
Según esa pequeña crónica, un museo exhibe un aparato que es un resucitador de canarios. Me enganché con el tema y estuve leyendo sobre el origen de todo esto: un científico escocés descubrió que los canarios reaccionaban antes que los humanos a la falta de oxígeno. Por cierto, un científico bastante chiflado, al que le gustaba experimentar con su propio cuerpo los efectos adversos de la falta de oxígeno.
Con su descubrimiento, logró establecer una práctica bastante común en la minería. Hasta no hace mucho tiempo fue bastante habitual que los mineros bajaran con canarios a las minas y, mientras los oyeran cantar, estaba todo bien.
Me imagino los canarios contaminados por el polvo del carbón, manteniendo su canto como si fuera la radio que alimenta el espíritu de los trabajadores.
Me alegró la mañana esa sucesión de historias. Por ahora estoy muy contento en el grupo de las motorhomes, aunque sé que en algún momento me voy a hartar del tema, y me van a parecer todos unos boludos. Así son las cosas, país.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Me gustó este video de Jack White con Jimmy Page y The Edge, sobre todo porque los dos más grandes tienen actitud de aprendices. También esa idea de la iluminación del artista: ¿Cómo puede ser que se te haya ocurrido a vos un solo tan genial y tan sencillo? Y Jack White dice algo hermoso: hay que confiar cuando uno cree que algo es bueno. No importa lo que diga el resto.
Tuve que vender unos dólares para pagar unas cuentas de mi casa. Muchos dólares. Conseguí una cueva que me manda la plata con un motoquero y la experiencia me resultó fascinante. Llega el motoquero, le doy unos dólares que estaban guardados en un cajón de mi casa y él tipo me da unos bloques enormes de pesos, ni los tengo que contar.
Después voy con esa plata y la deposito en un cajero, todo automático, como si fuera un jueguito electrónico.
El cuevero me escribe por whatsapp para ver si está todo bien. Yo le digo que sí y le comento que en una época ahorraba plata, 100 o 200 dólares por mes, y que ahora solo vendo y vendo dólares.
El cuevero me dice dieguito quedate tranquilo, es la edad, no la época del país. Hasta los 30 o 35 ahorras plata, pensas en viajar, me dice el cuevero. Pero después la plata es para gastar en tu casa, para comprarle zapatillas a tu hijo, para arreglar quilombos. Repite dos o tres veces lo mismo. La plata es para arreglar quilombos.
Me cuenta que tiene 90 mil dólares de cara chica para cambiar en un banco con un contacto que le hace no sé qué comisión. Yo no entiendo la maniobra, no entiendo quién está ganando y quién está perdiendo. Le digo que sí, que qué bárbaro, qué locura.
Viste Diegui, pero bueno, es así. Y yo le digo, sí, es así. Y después le digo chau amigo, gracias por todo.
La gente ni bien me conoce me dice Dieguito, Diegui, Dieguín, Die. Inspiro diminutivo y me gusta.
Vuelvo a terapia, voy por primera vez al consultorio de mi nueva psicóloga. Conozco un barrio, veo los negocios que hay para hacer la compra de la angustia. Librerías, golosinas mayorista. En la ciudad no hay más taxis, me molesta ese cambio. La ciudad deja de ser mía. Es un día de nostalgia. A la mañana había leído en el libro de Fito Páez sobre “Ciudad de Pobres Corazones” una escena bellísima; Fito invitando a sus amigos a escuchar discos, porque su papá era un melómano total, tenía discos de jazz, de rock, música brasilera. Cuando hacían quilombo los mandaba a un altillo, pero igual pienso en la experiencia física, sacar y poner discos, de esperar los temas, y lo comparo con lo que hacemos ahora, la biblioteca infinita, todos los discos en una pantalla y chau.
Pero hay discos que no están en las plataformas. El de Flopa Manza Minimal, por ejemplo, no está.
Yo lo tengo en un ipod viejo que se quedó congelado en el tiempo, porque no sé como ponerle nueva música ni sacarle la que tiene. Es un objeto bellísimo aunque ahora inútil.
Quedó congelado en el tiempo, en un tiempo que fue mío y que es una radiografía de algunos años de una felicidad intermedia. Una época de oscuridad pero también de alegría, no sé bien cómo definirlo, pero son dos o tres años en los que le agregué canciones a ese aparatito y que me marcan. Es un Ipod de tristeza y resurrección.
Con ese aparatito me fui caminando hasta mi casa la primera vez que nos besamos con Sol, primero desde Santa Fe y Talcahuano hasta la 9 de Julio y Santa Fe, y después desde ahí todo por Cerrito hasta Avenida de Mayo. Me acuerdo de esas cuadras a la mañana, ocho o nueve de la mañana, con sueño y una resaca incipiente, de ir escuchando tres canciones de Babasónicos: Confundismo, Cómo eran las Cosas y otro tema más. Siento que esa tercera canción se va desintegrando como la foto de Volver al Futuro, quizás me la acordaba hasta hace un par de años, pero ya no. Me da un poco de nostalgia pero los tiempos cambian. Ahora vendemos dólares.
Qué lindo, che! De yapa, terminé de leer mientras terminó la canción de Él Mató