Tirar el achique
Monotema: el duelo. Pero también la burocracia y la procrastinación. Un mensaje sorpresa en el celular: "Mamá dejó el grupo".
Hace un año estaba a punto de hacerme una colonoscopia para ver si tenía la misma enfermedad que tuvo mi mamá. En realidad fue algo más de un año, porque tenía turno para marzo, pero el estudio se demoró más de los previsto, entre mi habitual procrastinación y las primeras restricciones de la cuarentena 2020, que eran totales. En abril y en mayo de 2020 tenías que estar a punto de morirte para que te sacaran sangre. Y así fue como entré en una especie de burocracia procrastinadora.
Es un buen país la Argentina para los procrastinadores. No te sentís solo porque los trámites, la burocracia y el desorden te ayudan a ocultar tu pereza. Vengan, procrastinadores del mundo, a esta tierra llena de oportunidades que son impedimentos. Vengan a quedar encerrados en una eterna postergación cotidiana.
Pero esos meses de espera me quemaron la cabeza. Conviví con la certeza de tener el mismo tumor que mi vieja, como si lo hubiera heredado. Me palpaba bultos, protuberancias, la forma misma del tumor creciendo adentro de mi cuerpo. Ni siquiera tenía angustia o miedo. Era casi como un juego, no diría algo lúdico, pero si como teatral, de interpretación. No sé que son los juegos de rol, pero parecía eso. Y si los juegos de rol no son eso que quiero decir tienen mal puesto el nombre.
Me ayudó mi viejo, que me dijo que él también a los 40 pensaba que se iba a morir. Estaba lidiando entonces con dos muertes, la de mi madre, y la de mi padre, que por suerte sigue vivo pero que quizás a sus 40 también lidiaba con ese fantasma, la muerte de su propia madre. La vida y la muerte es como un sistema de poleas en el que vas rotando de lugar. Ahora me toca estar en el medio, pero las cosas pasan rápido. Cuando te emociona el verso “20 años no es nada” es por eso.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
(La foto es de una celebración en un templo budista. Colocaron 330 mil velas para superar un récord Guinness. Acá hay una fotogalería acojonante. Esta foto la hizo Lillian Suwanrumpha para la agencia AFP)
Un grupo de amigo me carga cuando escribo sobre la muerte de mi vieja: “El Geddes huérfano es el mejor Geddes”. Yo me rio porque tienen razón y porque hay que reírse de todo, y hacer humor con todo. Me rio porque escribo sin angustia y también porque a veces saco esta carta: como no sé muy bien de qué escribir, voy a escribir de mi vieja, que me sale bien.
Este es un buen país para los procrastinadores, pero también para tener amigos, para organizar un asado de un día para el otro, empezarlo a las siete de la tarde y terminarlo a las 5 de la mañana, o cuando haya que terminarlo. No podría vivir en esos países de las citas superagendadas y con fecha de cierre: “la estoy pasando bárbaro pero se tienen que ir”.
Anses todavía no nos pagó la última jubilación de mi vieja. Quedaron en alguna cuenta de algún banco unos 40 mil pesos que todavía no pudimos sacar. Mi vieja murió hace casi dos años pero el asunto sigue dando vueltas, ahí “tramitando el duelo” como dice la psicóloga cada vez con más frecuencia.
A veces tengo ganas de decirle “otra vez me vas a decir esto de que estoy tramitando el duelo, porque no te aprendes alguna otra frase, ¿no tenés nada nuevo para decir?”. Pero pelearse con la psicóloga es como tirar el achique en el fútbol, te salva en un par de ataques pero a la larga el partido lo perdés. Incluso con la psicóloga el partido no dura 90 minutos, lo arrancas ganando con la verborragia de los primeros 15 minutos, a los 30 te quedas sin piernas, cambias el aire a los 40 pero ya cerca de los 50 empezás a palpitar la derrota, la sesión está por terminar y te van cocinando con un argumento que te envuelve para regalo. Nos vemos la próxima, seguimos tramitando.
Así que sigo tramitando, como dice la psicóloga, como dispone Anses. Las instituciones de este país contra mi, como si me acompañaran en este viaje.
Una digresión, sin rencores, pura admiración: la Facultad de Psicología de la UBA movió más guita en este país que la industria automotriz. No hablo solo de las sesiones, sino todo el circo que nos inventamos antes y después de tocar el timbre, un cafecito previo, una compra de la culpa posterior, un taxi para no llegar tarde. Una industria sin chimeneas.
El trámite del duelo ya lo empecé y quiero terminarlo. Escribo contra el “Geddes huérfano” que es una buena versión de este diario pero que ya podría terminar. Quizás la vanidad de sentir que algo sale bien también atenta con este asunto del trámite.
El número de teléfono de mamá sigue en favoritos. El otro día agarré el celular y me di cuenta de que había marcado su número sin querer. Corté antes de que atendiera alguien. O corté por si atendía alguien. El número ya lo tiene otra persona. Nos dimos cuenta porque un día mi vieja salió de un grupo de whatsapp familiar. Fue un paso gracioso y simbólico “Mamá dejó el grupo”, leí yo, lo cual tenía toda la lógica del mundo, porque había dejado la vida hace un par de meses. Pero lo más simbólico fue que nadie dijo nada. El duelo es también un trámite colectivo.
El capitalismo es más directo. Se muere tu vieja, das de baja la línea y a los 5 minutos ya lo tiene otro. Que no sea tan rápido el trámite.
Hace algunos meses escuché unos audios con su voz. Lo venía evitando hasta que me animé a hacerlo. Fue más fácil de lo que pensaba. Esto no se lo conté a la psicóloga, será la próxima. También hay que contar los pasos hacia adelante.
En una conversación al pasar escucho la frase “yo hago el duelo como se me canta el orto”, como si lo hubiera dicho el Chavo en el aula, justo todos se callan y queda eso en el aire.
El duelo se hace con todo el cuerpo. Con las enfermedades que no tenés, con la voz que ya no escuchás, con los olores que ya no están, con las imágenes que ya no ves. Todavía no entré a la casa en la que murió mamá, la que fue mi casa hasta los 18. Es como si fuera un castillo inexpugnable. Una gran puerta que me está esperando, a 700 kilómetros de casa. Cada vez que dan las cifras diarias de muertos por covid (200, 400, 500, 600 y cada vez más) escucho la frase hecha de que no hay naturalizar la muerte. Entiendo el sentido con el que lo dicen, pero no puedo repetirla, porque básicamente no me la creo y porque va en contra de la pulsión vital que nos permite seguir adelante. Vamos a naturalizar la muerte, aunque la Anses no quiera.
Dejamos acá. Nos vemos la semana que viene. Si llegan al final del video hay un poema de Walt Whitman que es muy lindo (aunque también lo podría haber escrito Claudio María Domínguez, nuestro Whitman de Odol Pregunta). Si les gustó esta versión de la canción, busquen que hay un disco entero en este mismo tono.
Les dejo un abrazo procrastinador, que es más o menos lo que venimos haciendo cuando nos chocamos los puños: la promesa de un abrazo.
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Brillante