Lunes
¿No te pasa que a veces te despertás y no sabes bien qué día es? No digo a las 9 o 10 de la mañana, no hablo de ese nivel de desconexión total con la vida real, sino un primer momento de la mañana, quizás por haberte despertado involuntariamente, un llamado de un hijo desde la otra habitación, un ruido diferente de la noche, un sueño que se interrumpe. Te despertás y lo primero es el horror de no saber en qué día estás viviendo. A mi no me pasa nunca, pero hay cosas que no te tienen que pasar todo el tiempo para provocar el estupor. Todo lo contrario, el espanto aparece con la novedad, como si ese descalabro interno fuera la señal de un derrumbe que se viene.
Mensajes conmigo mismo:
Huevos, sal gruesa, leche en polvo, yogur, Finlandia.
Una cosa es cómo se te ocurre la lista del supermercado y otra cosa es cómo lo anotas como para que tenga cierta armonía. Un ritmo, una cadencia. A veces buscando esa pavada, el poemita con la lista del supermercado, te olvidas de algo que se te había ocurrido antes pero que lo dejas para anotar último porque sonaba mejor. Sonaste.
Todos los lunes estoy haciendo un asado. Invito a algún amigo de la familia, hablamos sobre la política y lo que viene, la inminente posibilidad de un gobierno de figuras de circo, personajes al borde de la locura, populares en los foros solitarios de la red, cuya ambición máxima era la fama, salir en lo de Tinelli y ahora por esas carambolas del destino terminan presentado leyes en el Congreso.
Contra todo eso, un fuego los lunes.
Martes
Arranco una novela: “No son vacaciones” de Olivia Gallo. 150 páginas, inicialmente calculo leerla en tres o cuatros veces que me ponga a leer, pero voy mucho más rápido de lo que anticipo. Cuenta la historia de una pareja de noviecitos, Juan y Catalina, que se van a vivir a la Patagonia, al pueblo de nacimiento de Juan. Ahí los espera la mamá de Juan y una serie de personajes secundarios un poco extraños.
Me gusta la voz interna de Catalina, la protagonista, sus teorías, el enigma de su novio Juan, un enamoramiento extraño. Me gusta que sea un terror liviano pero consistente. El terror de la soledad, de una relación con alguien que no terminas de conocer, un paisaje también desconocido.
Voy al banco. Leo la novelita. Juego con el papelito del turno, lo doblo en ocho, queda perfecto, como un librito, los textos del papelito encajan perfecto en los dobleces. Me quedó un lindo objeto, es una mini revista, ya no es un papel inservible sino una cosa que de haberla hecho Marta Minujín valdría guita. “Una platita vale”, dice mi amigo el Sabio cuando está frente a algo lindo de pagar.
El papelito queda en el libro. Decir “la novelita” se puede malinterpretar. Para mi es un elogio.
A la noche me quedo dormido en el sillón y cuando me despierto están dando una película muy vieja en la tele. No sé quién puso este canal, pero me quedo a verla , como si ya hubiera dormido lo suficiente (son las 4 am). Hasta las 6, extremadamente lúcido y despierto, me quedo viendo la venganza de los nerds. El triunfo de los derrotados, golpeados y sufrientes del bullying, ahora en los primeros planos. Una historia conocida.
En el banco sobrevive la absurda regla de no hablar por teléfono. Me vino a retar el de vigilancia y me dieron ganas de maltratarlo con alguna ironía, pero me acobardé.
Miércoles
Desde que escribo en la nueva computadora estoy mucho más prolijo con el archivo. El texto de la semana pasada quedó guardado en una carpeta que hice, que se llama newsletter. El texto se llama sábado 14 de octubre, este que escribo ahora es sábado 21 de octubre. Es fácil ser ordenado, pienso. En la computadora anterior todo era caos, el escritorio completamente lleno de íconos. ¿Es fácil ser ordenado?, me pregunto. ¿Cuánto va a durar esto?, si yo sigo siendo el mismo de antes. ¿La situación se va a descontrolar?
Según esta nota de El País, están creciendo las ventas de los celulares que solo sirven para hablar por teléfono.
“Los smartphone crearon una necesidad no existente hasta que se descubrió: la de la hiperconectividad. Primero fue el correo electrónico, luego la mensajería instantánea y, por último, las redes sociales. La necesidad de estar permanentemente conectados convirtió al móvil en amo, y a su propietario, en esclavo.
En Estados Unidos se está abriendo paso una contracultura que renuncia a esta sobredosis de conexión y reivindica una vuelta a lo simple, a los orígenes del teléfono, un dispositivo que se utilizaba para hablar nada más”.
Por supuesto que todavía no son números significativos, en El País o en el Diario de Calamuchita, todas las notas de tendencias se construyen más o menos igual, con un par de testimonios que sostienen un fenómeno apenas incipiente.
La contracultura se hace llamar “dumbphone”, es decir “teléfonos tontos”. Además lograron hacer teléfonos muy bonitos, como este de marca Punkt
Me parece una buena idea pero también estuve pensando en las últimas semanas en escribir un texto que fuera una apología de los teléfonos celulares, la genialidad de estar todo el tiempo conectado, leyendo una nota de El País mientras tus hijos juegan en la plaza, o ver un partido del mundial de rugby mientras esperas estacionado. El home banking ni hablar, pasarse la guita entre las cuentas, ver todos los días el gasto en las tarjetas, como si cada entrada representara una posibilidad de que los consumos desaparezcan.
Puedo pensar que las dos cosas están bien, los teléfonos tontos y los teléfonos inteligentes.
Termino el libro, el papelito del banco quedó adentro. Todavía recuerdo las letras y el número del turno: CV18. Números tontos y números inteligentes.
Jueves
Recibo el newsletter de Ignacio Molina y me fascina el recurso que usa para escribir. A la manera del “Me acuerdo” de Joe Brainard, un libro cuyo disparador es la frase “Me acuerdo”, y a partir de ahí el autor empieza a evocar una sucesión de recuerdos, siempre encabezados de la misma manera. Así:
Me acuerdo de la única vez que he visto llorar a mi madre. Me estaba comiendo una tarta de damascos.
Me acuerdo de muchos septiembres.
Me acuerdo de los relámpagos.
Me acuerdo de las amapolas rojas silvestres de Italia.
Me acuerdo de cuando vendía sangre cada tres meses en la Segunda Avenida.
Molina copia el recurso, pero en lugar del “Me acuerdo” usa el “Un amigo me contó…”.
Así:
Un amigo me contó que una vez a su abuelo le robaron un televisor y cuando el ladrón se iba de la casa con el aparato entre las manos su abuelo salió a la calle para gritarle que no andaba bien el botón de encendido y que para que funcionara había que apretarlo tres veces.
Un amigo me contó que se considera un tipo muy experimentado pero que nunca golpeó a nadie con el puño cerrado en la cara y que eso lo hace sentirse un poco disminuido, que le gustaría saber qué se siente dar una buena trompada pero que ya no cree que se le presente la oportunidad a esta altura de su vida.
Un amigo me contó que cuando iba a la facultad empezó a militar en un partido de izquierda porque le habían dicho que así podía “levantarse muchas minitas”; ahora es un gran cuadro del trotskismo argentino y hace años se dio cuenta de que solo le gustan los hombres.
Así, con esa cadencia, también se construye una biografía (y una ficción).
Estaciono el auto sobre la avenida Santa Fe, antes de llegar a Callao, en el único lugar disponible. Es un espacio reservado para la Embajada de Nicaragua pero yo estaciono igual y me pongo a pensar en las posibilidades de que llegue algún ciudadano nicaragüense o incluso el mismísimo embajador y que necesite el lugar. Pienso en las excusas que le pondría, todas ellas inverosímiles pero honestas, como por ejemplo: mirá la ciudad que te prestamos para que vivas, prestame vos un ratito el lugar que ya te lo devuelvo. Me acobardaría.
Para perder el tiempo busco datos sobre Nicaragua. El 15 de septiembre es la fecha patria (se independizó de España). Ya pasó.
También googleo el nombre del embajador. No lo encuentro. El tiempo pasa rápido, Sol hizo los trámites que tenía que hacer y nos vamos. Gracias Nicaragua por tu espacio. Estamos a mano.
Viernes
Un amigo me contó que leía todas las ediciones del Diario de la Procrastinación y que le gustaba mucho pero cuando fui a ver las estadísticas me di cuenta de que sólo había abierto el 20% de los mails (esto no lo va a leer porque ya lo eliminé de la suscripción).
Coca. Carne. Huevos. Fósforos. Cif. Bolsas.
Dejamos acá.
Breves parroquiales para cerrar (mientras me pregunto si “breves parroquiales” no es redundante).
Suscripciones mensuales, en este link, vía la pyme de Galperín.
Colaboración por única vez, vía cafecito.
(Me respondo: sí, es redundante)
Gracias a todos los que colaboran, recomiendan, escriben, hacen captura y comparten (soy @diegogeddes en Instagram y en Twitter/X). La semana pasada hubo un crecimiento enorme de suscriptores, sospecho que alguien recomendó y no pude encontrar dónde ni cómo. Gracias totales.
Me despido con esta canción de Gustavo Cerati.
Y que dure lo que dure lo real, y que dure lo que dure la ficción.
Ahora tengo mucha curiosidad de saber cómo sabes cuál es el amigo en tus estadísticas, creo que no se usar bien está app.
Te banco en la apología de los smartphones, no hay vuelta atrás. Hay q aprender a moderarse/ limitarse a uno mismo