Pájaro nostálgico
Deporte, movimiento y escritura. Los detalles, según César Aira. Temporada alta de orfandad. ¿Por qué Paul McCartney cree en la magia?
Me cruzo a un tipo que va caminando por San Telmo mientras canta un tango. Anoto algo de la letra, se la canto al celular para que quede registrada en el bloc de notas. El plan es googlear la letra, buscar algo sobre el tango.
¿Para qué escribo este newsletter? ¿O por qué lo escribo? Me cuesta la respuesta pero está ahí, en esa escena. Escribo para que ese momento quede en algún lado. Para tratar de encontrar qué fue lo que pasó ahí, en ese cruce intrascendente. Como cuando escribo sobre la autopista o los aviones o la ciudad. ¿Hay algo en esos momentos? O es que quizás busco en exceso en donde no hay nada más que la vida cotidiana.
Me molesta cuando la psicóloga se mete con los detalles obvios, la metáforas berretas. Hago la sesión tirado en la cama de Benito, arriba de un acolchado de Cars. Bueno, sí, cualquiera con la primera materia del CBC de Psicología puede hacer una lectura. Pero también es el lugar de la casa que tiene mejor señal, carajo. No todo es para interpretar.
¿Para qué escribo entonces? Para no perder los detalles, para que quede registro, para comunicar. Para buscar algo, para transitar hacia alguna otra cosa. Un Claudito María Domínguez, una Ivana Nadal, pero con pretensiones progresistas.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación. Algo así como un ejercicio de escritura contra la procrastinación, una ventana a los detalles.
(Foto de Fadel Senna. AFP)
Volví a jugar al tenis, estoy tomando clases con el mismo profe que apareció en las primeras ediciones del Diario de la Procrastinación. No sé si quedan muchos lectores de entonces (me hago el humilde pero sé que quedan). Por entonces, mi vieja se estaba muriendo, y la esposa de mi profe también, las dos de cáncer.
Compartíamos algunas cosas de los tratamientos que estaban atravesando, y al toque hablábamos de otra cosa, de River o de los grips de la raqueta. Una conversación prototípica de lo masculino. Formas del agarre.
Pero cuando yo le pegaba a la pelota pensaba en él y en sus hijos y en su dolor y en su voluntad de seguir ahí dándole clases a desconocidos, un golpe y otro golpe y otro golpe mientras lo ennegrecía su pequeña tragedia personal.
En un momento dejé de tomar clases con él. Si fuera un psicólogo de metáforas fáciles diría que dejé de ir justo antes de que se muriera su esposa o de que se muriera mi vieja, lo mismo da.
Ahora que volví no hablábamos más del tema, yo presumo que su esposa se murió, porque cambió su foto de whatsapp y porque ya estaba con morfina en los últimos meses en que nos vimos.
Pasaron dos años de eso. No sé que presume él de mí, habría que preguntarle a su psicóloga o a su newsletter. Y hablamos de lo mismo, de River, de un nuevo grip para la raqueta, porque aquel que me puso él ya está desgastado. Me lastima la mano.
"Es inevitable entrar en el detalle para contar bien una historia. Si uno piensa que una historia es siempre la historia de una vida y cree como creo yo que los grandes efectos salen de pequeñas causas, se encuentra frente a una cantidad de pequeños episodios de los que no debe saltearse ninguno porque en cualquiera puede estar el momento decisivo. Y eso no es lo peor. Lo peor es que el pequeño episodio, hasta el más minúsculo e insignificante, está hecho de episodios más pequeños. De ahí deriva una ley del relato: cuanto menos importante es un hecho más cuesta contarlo. Una revolución puede contarse en tres líneas. Un adulterio puede despacharse en un párrafo, pero contar cómo se hizo para pinchar con el tenedor una arveja exige tres páginas de la prosa más precisa y los recursos más avanzados del arte de la narración. Por supuesto hay mil probabilidades contra una de que estas trabajosas maniobras con el tenedor no sean el momento decisivo de una vida, pero eso nunca se sabe de antemano, y hay que arremeter contra ese detalle y otros muchísimos. Todo termina pareciendo inútil. No puede extrañar que el estado de ánimo habitual en los escritores sea el desaliento".
César Aira, Cómo me reí.
No sé si me hace bien o me hace mal, pero entre que mi profesor le pega a la pelota y yo le pego a la pelota pasan por mi cabeza una sucesión de pensamientos interminables: “qué bien le pegué a la pelota / qué bueno soy jugando al tenis / no puedo perder nunca al tenis / cómo estarán los hijos del profe / qué cenaremos hoy en casa / agachate para pegarle / ¿esa remera de Chris Evert se la regalé yo? / qué mierda que son mis zapatillas / qué mal le pegué a pelota, cómo puedo ser tan choto / me duele el aductor izquierdo / ‘se me carga’ el aductor / por primera vez siento eso de la carga / ahora le pegué mal / qué choto soy / quiero jugar un torneo / soy muy bueno y muy choto”.
El tenis, como caminar, como correr, como andar en auto, me hace escribir.
El tango de la calle es “Viejas alegrías”, lo escribió Cadícamo. No sé nada de tango pero algo medio que ya lo aprendí. Los tangos de Cadícamo son geniales. Los mareados, Garúa, Nostalgias.
El viejo de la calle iba cantando esta parte: “Hoy que cruzo el cabo tormentoso de mi edad, me he quedado preso en mi propia soledad”.
Escribo en un bar, busco fotos para ilustrar el newsletter. Estoy detrás de unos aviones de la Fuerza Aérea canadiense que están apagando un incendio en Marruecos. ¿Qué pensará la chica que me trae el café y ve la pantalla? Me importa y no me importa al mismo tiempo.
Voy a contar un secreto: todas las fotos que estoy poniendo acá son sobre cambio climático. El tema me interesa y no me interesa al mismo tiempo.
En el bar suena una canción que no conozco. Los de la mesa de al lado sí la conocen y la cantan. Ahora el mozo soy yo, trato de espiar. Abro shazam y busco. Se llaman The Drums y según esta nota, son la fiesta bailable de la nostalgia y el desamor.
Beni trajo la inquietud de reciclar plásticos. Llenamos una botella de gaseosa y lo mejor de todo es cuando parece que no hay más lugar pero siguen entrando cosas. Para eso empujo todos los plásticos con una chaira de afilar que me traje de la casa de mi mamá.
Mientras reciclo pienso en ella, sería la metáfora.
El otro día fue su cumpleaños, el segundo desde que se murió. No puse foto en Instagram como la primera vez, me pregunto si tengo que hacerlo todos los años. Me dio fiaca tener que sostener un ritual.
Sol me preguntó si estaba bien, si me sentía bien. Yo le dije que sí, porque me sentía bien. Es difícil explicarlo. Te sentís bien pero te acompaña ese dolor y no importa que te sientas bien o te sientas mal. Desde el 5 de agosto (su cumpleaños) hasta el 12 de septiembre (su muerte) es la temporada alta de la orfandad.
La psicóloga me dice que soy oscilante. o creo que usa otra palabra: pendulante. No me acuerdo bien por qué lo dice pero creo que está bien.
Muchas veces estuve por empezar natación. La fantasía era lograr el cuerpo del nadador, un trapecio triangular perfecto, una bomba de oxígeno en el pecho.
Creo que lo que más me interesaba era probar ese tedio del nadador, una brazada tras otra, la mirada en el fondo. ¿Se escribe mientras se nada? Mi vieja me regaló antiparras y gorro para empezar a nadar, pero nunca empecé. Quizás me regaló todo eso para que empezara a escribir.
Cierro con esto que es hermoso, se llama “Paul y la magia” y merece millones de clicks. Tiene 199 visualizaciones al momento en que escribo esto, merece por lo menos 50 mil antes de fin de año (haganlo circular, prometo a fin de año revisar a ver cómo nos fue).
Dejamos acá. Gracias por los comentarios, los cafecitos y por compartir en redes (soy @diegogeddes en Twitter y en instagram).
Nos vemos la próxima semana.