Nostalgia del miedo
Luna Roja y Valdano. ¿Para qué sirve el instinto? Una semana en la normalidad.
Un día de esta semana lo sentí como de los viejos tiempos. Fui hasta Villa Urquiza en subte, volví apurado para ir a terapia. Caminé por la ciudad, hice combinaciones entre colectivo y subte. Escuché música con auriculares, leí en el transporte público. La psicóloga me despachó al toque, llegamos a la profundidad de un charco, una de esas sesiones que parecen una charla de amigos. Llega el final y decís “hoy me choreaste amiga”, pero bueno, por lo menos no me hiciste sufrir, salimos empatados. No hay rencores, no siempre escribimos la nota de nuestras vidas. A veces solo escribimos para publicar y ya. Lo mismo la terapia. No siempre es trascendental, vamos caminando hacia algo que queremos encontrar.
En el medio de la rutina de ese viejo nuevo día recordé una época de pánico al subte. Un agobio que me crecía en el pecho, frente a la multitud que se empujaba para avanzar hacia no sé donde. En la curva entre Pueyrredón y Facultad de Medicina, pensar y suplicar por favor no te quedes en el medio, en el túnel, por favor, no. La absurda sensación de sentir yo no voy a poder con esto y al mismo tiempo la absurda sensación de sentir es obvio que voy a poder con esto y sin embargo siento la angustia en el pecho. quiero que esto se termine, quiero no sentir, quiero ser normal, como todos lo que avanzan hacia no sé donde. Los que avanzan sin pensar.
Ahora vuelvo a la normalidad y pienso en esos días, en la cocina de ese pánico. Vibra el subte detenido en la estación y yo agarro ese ruido y me traigo la explicación: “Ese ruido es el ventilador para enfriar los frenos”, me dijo F. Nunca tuve mucho vínculo con él, ni siquiera recuerdo haber tomado el subte juntos, pero igual me acuerdo de eso. No me lo inventé. Y ese ruido que yo creía el principio del fin, la antesala de una explosión segura, era simplemente un ventilador para los frenos que se habían calentado al llegar a la estación. A veces es mejor saber.
De eso se trata este newsletter: la colección de recuerdos. Los que ayudaron a seguir adelante. El pánico quedó atrás, se hizo otra cosa, ahora tiene otro lugar. ¿Una nostalgia del miedo? Algo así, porque también es una nostalgia de una sensación fuerte. Una forma de sentirse vivos.
(BULENT KILIC - AFP)
Ahora camino por la ciudad y escucho una canción de Soda Stereo. Me impacta el sonido de la guitarra en Luna Roja, la forma de tocar y lo que logra Cerati, una especie de trance hipnótico sobre el final, pero como si fuera un juego. Un riff lúdico. Me gustan las notas de música que cuentan eso que quiero contar y no me sale. ¿Qué tiene ese riff? No lo puedo explicar, las cuerdas de la guitarra como si fueran un piano.
Ahora escucho la canción en el auto y Benito se queda mirando por la ventana. Yo le pregunto si le gusta y no me dice nada. Le gustan las guitarras medio distorsionadas. Viajamos por la ciudad de Buenos Aires en un estado de enamoramiento total, la primavera anticipada, todo fluye mientras el país se sacude por la política. Cuídame, Yo te cuidaré, Yo también pagué placeres ciegos.
Vamos a fútbol y lleno la misma planilla que lleno todos los miércoles y sábados, desde hace seis meses. Escribo mi nombre y mi DNI, declaro bajo juramento que Beni no tuvo síntomas, escribo CABA, la fecha, firmo y aclaro. Me pregunto adonde irán esos papeles que llenamos cada vez cuarenta o cincuenta padres y madres, una rutina del absurdo. Todas las veces pienso en que la próxima voy a escribir un nombre inventado. Roberto Nervi, Ricardo Sanguelorro, Juan Carlos Petruzza. Todas las veces pienso la próxima vez.
Facebook me recuerda un posteo de hace siete años. Es un poema, o algo así.
Quique Hrabina en una carnicería.
Esto también es poesía, pensé.
Quique Hrabina en una carnicería de la avenida Belgrano
El dedo que le indica al carnicero por un corte
Unos churrascos o algo así.
Yo veo desde la vidriera ¿es o no es Quique Hrabina?
Pero no importa, hago tiempo para esperar un taxi
Después de una nota sobre un avión que se vino a pique
Justo arriba de Nordelta.
Quique Hrabina en una carnicería y yo cruzo la avenida
Me meto en un negocio de zapatos y carteras
Y un montón de otras cosas que no uso.
Te ayudo con algo, me pregunta la vendedora
Y yo: no hace falta, gracias
Estoy respirando el olor a cuero.
Ese avión que se cayó en Nordelta tiene que ver con una millonaria herencia.
Unas cosas que vi por ahí
Una chica se puso a recolectar los pájaros que se chocan contra el nuevo World Trade Center y armó esta historia. Carnicería post 9/11.
Acá Valdano cuenta algo hermoso sobre el final: “Se supone que yo no tenía que irme del carril”, dice Valdano, que tenía la orden de Bilardo de no abandonar la banda derecha para no dejar solo al alemán Briegel. Pero Valdano completa con “el instinto sirve para algo”. Y así fue como hizo, por la izquierda, el segundo gol en la final contra Alemania.
Otro día en la calle: la versión de los recitales de Soda Stereo son los de la primera despedida. Recuerdo que me invitaron a ir, todavía vivía en Bahía. Yo tenía ganas pero dije que no. Me daba miedo la ciudad, la multitud. Lo viví con angustia pero ahora lo recuerdo con simpatía, no pasó nada con no ir, no fue la muerte. Casi que recuerdo más no haber ido que haber ido.
¿A qué era el miedo? Era una compañía permanente, un modo de estar. Ante la duda, miedo. Por las dudas, no. ¿Ahora cambió algo? Creo que no, pero me doy cuenta de que no pasa nada. Se puede vivir con eso. ¿Qué importa el miedo? El instinto sirve para algo.
Me gusta este recital porque es música pero además de eso también es una especie de actuación, un juego. Dejamos acá. No siempre escribimos el newsletter de nuestras vidas. A veces solo escribimos para publicar y ya.
Gracias por los comentarios y los cafecitos. Los que van llegando de a poco gracias a las recomendaciones. Es, de verdad, una compañía mutua.
Nos vemos la semana que viene. Será otra vez primavera.