Cada vez que pago el abono de mi teléfono celular me llega un mensaje de texto de Jonatan Viale confirmando la operación, como si fuera el vocero de Movistar. Es un hecho inexplicable: tengo el contacto de Viale en mi agenda aunque nunca hablé con él. Y cada mes me pregunto lo mismo, cómo es que se entrecruza la línea de un mensaje de respuesta automática con su número. Son cinco segundos mensuales de sorpresa.
Y otra cosa que me sucede durante este hecho desconcertante: el teléfono de Jonatan Viale lo tengo mal agendado: “Johnatan” en lugar de “Jonatan”. Me molesta cada vez que lo veo pero nunca lo corrijo. Son cinco segundos de indignación.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Tengo nuevamente problemas en el oído derecho. Esta vez me recibe una otorrinolaringóloga intimidante, una gringa que habla con acento del interior, podría ser Mendoza o Concepción del Uruguay. Me diagnostica en menos de tres segundos y me receta antibióticos, Ibupirac y unas gotas. Yo ya estoy afuera del consultorio cuando se me ocurren las preguntas que le quería hacer.
En las primeras aplicaciones de las gotas descubro que no puedo hacer que entren en el oído. Tomo la explicación de la otorrinolaringóloga anterior, que era todo lo opuesto a esta. Dijo que mi conducto era complejo, como que tenía curvas interiores, como si fuera un caracol. Creo que dijo eso, yo me quedé con eso. El tímpano queda lejos para ver. Puedo haber entendido mal pero ya no importa lo que dijo sino lo que yo entendí.
Sobre las gotas también deduje que hay una suerte de teoría del derrame en la posología indicada. Si indican tres gotas, con que entren una o dos está bien.
Me da pánico enfrentar a la doctora nueva, la intimidante, y contarle todo esto. Recurriré, como casi siempre, a la mentira.
Salgo de tenis y veo tres camiones de Bomberos estacionados en una plaza de Barracas. Desde lejos pienso lo peor pero cuando paso me doy cuenta de que están haciendo gimnasia. No sé si son los trajes que usan o qué, pero todos parecen estar por encima de los 100 kilos. No termino de entender porque hacen gimnasia con los trajes de bombero, si la cosa es parte del entrenamiento
Desde lejos siempre pienso lo peor.
A un rato más tarde veo este tuit y me da la sensación de que reconozco alguna de las caras. Pienso en la fatiga de los muchachos que a la mañana hicieron gimnasia y a la tarde están trabajando. Es en realidad la fatiga que yo tengo y que proyecto en ellos. Hoy fue una clase intensa.
Me cuesta identificar los hechos que sucedieron del año 2000 en adelante. La culpa no es de la pandemia, en todo caso la pandemia lo empeoró. Es como si hubiera entrado una ráfaga de viento por la ventana y me hubiera volado los papeles de un diario escrito cronológicamente.
Entonces hay cosas que no sé si fueron en el 2008 o en el 2014. Esta semana quise recordar cuándo fue que había hecho un taller con Josefina Licitra. Recorrí al archivo del Gmail y descubrí unos viejos mails del año 2013, con unos viejos textos que llevaba a ese taller.
Uno es este:
Mediodía, La Biela.
Enrique Olivera está en una de las mesas del salón, cerca de la entrada, como si buscara ser visto por los que llegan de la calle. Acá podría seguir hablando sobre la tintura del bigote de Olivera, es para escribir un libro. Pero no.
Mi viejo se acerca a la mesa en donde está Olivera. Le da la mano, lo saluda con respeto, como si saludara a un presidente, pero también con una media sonrisa, una mueca de agradecimiento. Le pregunto, para chequear de dónde lo conoce. “Ese es Olivera, no? El que fue intendente...”. “Olivera, sí -dice mi viejo- el que me vendió la Sarlanga”. Ahí entendí la parte de su sonrisa.
La conexión con el presente es que pasé por La Biela esta semana, antes de ir a terapia. Ahora le cuento a la analista que tengo otra vez otitis, si le podemos buscar alguna vuelta con la somatización: algo que no quiero escuchar. Pero cuando llevás la metáfora ya cocinada el psicólogo no te da bola. Si no hacen el gol ellos no vale.
Benito le dice a la mamá del amigo que lo busca en el colegio: Mi papá va a la psicóloga porque le duele el oído.
En Facebook leo que se murió Nery Carmona, un viejo contacto que me traje de un viaje a Paraguay. Nery aparece brevemente en una crónica para Anfibia en 2015 (tuve que googlear la fecha, por supuesto). Un tipo del que ahora no podría decir mucho, pero que me resultó entrañable.
Pasamos la noche en su casa, en un barrio muy humilde de Asunción, el Bañado Norte. El Papa Francisco daba una misa bien temprano en ese barrio y no había manera de llegar si no era pasando la noche en el barrio. Con Eduardo Carrera, el fotógrafo, decidimos que la nota era esa, más que la misa en sí misma, que iban a levantar todos los medios del mundo, la vigilia, la expectativa, la espera en esas casas muy precarias, como las que cualquier villa acá en Argentina.
Tomamos cerveza sin parar, como si fuera el combustible para la ansiedad. Nosotros, quizás para anestesiar cierto miedo que nos daba estar ahí, la gente del barrio, para amenizar la espera. A las dos horas no había miedo ni ansiedad. Recuerdo que esa noche había una luna hermosa, cada tanto me iba a la orilla del río Paraguay a verla.
Nunca un paraguayo esperó tanto tiempo para escuchar hablar a un argentino —, dice Nery, en una esquina del barrio, mientras invita una cerveza (4 mil guaraníes la lata, un poco menos de un dólar). Será la primera lata de unas cuantas de la noche, entonces Nery cuelga una bolsa que funciona como tacho de basura. Con la mujer paraguaya el diálogo es franco, profundo, más accesible. Son siempre el motor de todo lo que pasa a nivel de la comunidad.
“La mujer paraguaya es la más gloriosa de todas”, dijo Francisco en su primer discurso. Con el hombre de Paraguay es un poco más difícil. Mira con desconfianza, marca territorio cuando un extraño habla con su mujer. El fútbol ayuda un poco. Pero con Nery no hace falta, Nery habla sin problemas y está dispuesto a contar su historia. Tiene un pasado militante en el partido comunista. Escribió en un periódico barrial en la época de Stroessner y algunos de sus amigos tuvieron que exiliarse en Mar del Plata. Tiene ganas de hablar de su barrio, de sus gobernantes. De Cartes dice lo que dicen la mayoría de los de su clase. Que es millonario, que gobierna para los amigos, que no sirve para nada. Y tiene fe en Francisco, en lo que el Papa acostumbra a decir entre líneas. A las respuestas que da a aquellos que le hablan a la cara.
No es un fragmento del que me sienta particularmente orgulloso (veo que las bolsas de basura son un tema recurrente) pero quería citarlo igual, una forma de trascendencia para Nery Carmona, hincha de Olimpia, que murió este 20 de abril.
No sé si me quedó alguna foto con Nery, sé que nos sacamos varias. Sé también que pueden haber quedado en un mail que ya no uso, o podrían estar también en esta misma computadora en la que escribo. No soy prolijo para guardar, ni ordenado para archivar. Pero aprendí cosas de esa noche, aún cuando no recuerdo los detalles. Sé que la Luna estaba hermosa y sé que hay marcas que quedan para siempre.
Dejamos acá.
Me gustó este tuit que muestra la experiencia de lectura y que puede extenderse a la vida en general. Despejar notificaciones, cerrar banners, una lucha contra todo.
Ojalá que nada haya interrumpido la lectura de este newsletter y que te haya alegrado la mañana del sábado, el mejor momento de la semana. O si sos del equipo que lo lee los lunes, que te haya ayudado con el comienzo de la semana.
Gracias por la lectura semanal, las recomendaciones a futuros nuevos lectores, por los cafecitos. Como dice Ignacio Molina, tu cafecito no va a modificar mis condiciones materiales pero lo voy a recibir como un cariño virtual o una palmada en el hombro.
Nos vemos la semana que viene.
👏👏👏👏👏