Mi año se divide así:
Vacaciones: un estado mental que comienza en noviembre o diciembre, se materializa en enero y de extraña en febrero y algo de marzo, hasta que empiezan las clases.
La etapa de los cumpleaños: comienza el 3 de marzo con el Clementina, después el de Benito en los primeros días de abril, el mío en el último día de abril (entre el Día del Animal y el Día del trabajador) y el de Sol, el 17 de mayo. Regalos, gastar guita, estresarme por la organización (no luzco estresado pero lo estoy; siempre va por dentro). Es poco probable salir de estos meses sin una pelea fuerte, de esas que vuelven a traer los problemas primarios.
El invierno: la época de los guisos, de cagarse de frío, de pensar en cuántos días faltan para que los días empiecen a estirarse (hoy, 20 de mayo, falta un mes y un día), terminar de pagar los regalos en tres y seis cuotas. La rutina del año ya está consolidada y produce eso que producen las rutinas: melancolía, hartazgo, depresión.
Lo que le sigue: no sé bien cuando arranca, pongamos que en septiembre y es simplemente eso, lo que le sigue.
Esta semana fue el cumpleaños de Sol, acaba de empezar el invierno.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Descubrí esta cuenta de Twitter del Empire State que muestra fotos del Empire State. Una idea interesante, que la personaliza. A veces son fotos del edificio, otras veces son fotos sacadas desde el edificio, su punto de vista.
Sol cumplió 40 esta semana. Hablamos mucho, nos divertimos, nos peleamos, también tenemos momentos en los que somos simples administradores de una familia, gerentes operativos de dos niños menores y sus demandas, algo que cualquiera en esta situación sabe que son muchas.
Nuestro diálogo cotidiano se convierte en el que podrían tener dos empleados de Andreani respecto de las entregas del día. Lo llevas vos, lo traes vos, comprá esto que yo cocino lo otro. Somos dos que conocemos de memoria el oficio y también desarrollamos una rutina que nos permita mecanizar algunos movimientos: los lunes comemos bocadillos de espinaca, por ejemplo. El manual de crianza de los cocineros de la tele o de twitter te invita a usar verduras de estación. Para nosotros es más importante la rutina: se compra espinaca los sábados para comer los lunes, cueste 300 pesos o dos lucas el atado. Eso sí, en nuestra heladera destaca un hermoso imán que muestra cuáles son las verduras y frutas de estación y en qué época del año están mejor.
Se abre un vino un martes que se termina el miércoles y se abre otro el jueves que se termina el viernes. Yo me ocupo de comprarlos y si me olvido de hacerlo Sol me escribe “¿no hay vino?” o “traé vino”.
Yo conozco sus horarios y ella conoce los míos, ella sabe que yo una vez por semana necesito salir a comer con amigos, no volver a casa, perderme y hacerme extrañar, volver solo y tarde y sentirme pleno con haber charlado con amigos sobre los tres o cuatro grandes temas de la vida. No podría enumerarlos pero llegado el momento sé perfectamente cuáles son. Llegas tarde, me pregunta siempre ella, y yo respondo que sí. Pero sé que no lo hace para controlarme.
Se aprenden muchas cosas compartiendo la vida con alguien, y también quedan cosas que no se aprenden nunca (“los problemas primarios”). Para eso está la terapia y los amigos, dos formas de invertir el dinero.
Sol tiene el don de no dormir nunca y a la vez de dormir con una intensidad que no he visto en otros seres humanos. Puede ponerse a amasar ñoquis a la 1 de la mañana, terminar a las 2 y acostarse 2 y media, para fumarse el último puchito. Se duerme inmediatamente y yo puedo llegar y prender las luces que ella no se va a despertar.
Muchas veces respondo sus preguntas sobre su pelo o sobre su ropa. Como me queda esto, y mi opinión no sirve para nada, porque no respondo con bien o mal sino que decido aportar algún comentario sobre colores o estilos, algo totalmente improductivo y que no tiene coherencia en mi propia cabeza. No es que tengo una idea clara y no logro manifestarla, ni siquiera eso. Yo digo que a veces hay que vestirse con intuición y ella me mira con una cara extrañada y se fastidia pensando en mi respuesta infantil, como todas las respuestas de un hombre criado en los 80 que se camufla con otras cosas.
A veces yo estoy viendo partidos de la NBA y le digo “ese es el que era novio de la Kardashian” y ella creo que valora el gesto pero no le interesa, nuestros mundos particulares se llevan pésimo y de maravillas al mismo tiempo.
Primero aprendí que su golosina favorita de kiosco es el Marroc y después aprendí que los Marroc se comen de a múltiplos de tres.
A veces ella me dice “hoy tengo un buen día de pelo” y yo no sé muy bien qué decirle, pero supongo que son los momentos de diálogo interno que salen afuera, como cuando yo hablo de algún gol de Francescoli o del buen aspecto de una colita de cuadril.
Yo soy el que pone música y ella es la que prende la tele, y quiere ver series nuevas y me invita a sumarme. Yo no sigo argumentos y me pierdo cosas evidentes: ella ve que el asesino es el mayordomo ni bien entra en escena, o incluso antes, yo hasta con el hecho consumado soy capaz de preguntar: “Tenía un cuchillo ensangrentado el mayordomo, no?”.
Si me llama y no la atiendo lo primero que me dice no es hola sino por qué no me atendés el teléfono. No lo hace con cualquiera, solo a los que quiere de verdad.
La música sí que la compartimos: una pareja se puede contar a través de los artistas y sus discos: Martín Buscaglia, Radiohead, Beatles, Charly García, Alabama Shakes, Neil Young, Meteoros, El mató, C-Tangana, Arctic Monkeys, Conociendo Rusia, Café Tacuba, LCD Soundsystem, Tribalistas, Bruno Mars, Fito, Rosalía y algunos otros más que ya no recuerdo.
Me gusta ver las fotos de los viajes que hicimos juntos, ahí sí puedo recordar algunos detalles que nadie podría recordar: el color de las bicicletas que alquilamos en Berlin, la forma en que el mozo pronunciaba “atun tartare” en el restaurante de Pipa al que fuimos tres veces en cuatro noches. Tengo 18 ejemplos más y tengo también muchas otras cosas para contar, la forma en que dormimos juntos, las cosas que pasan cuando estamos solos, lo que me gusta y lo que odio de ella, su fanatismo por las compras y su vitalidad para seguir cambiando cosas en la casa pero esto no es un diario íntimo, solo un ejercicio de escritura contra la procrastinación. Y acaso, esta vez, como muchas otras veces, Sol haya sido el motor que me hizo avanzar.
Dejamos acá.
Creo que esta canción que hizo famosa Fabiana Cantilo (aunque la escribió Celeste Carballo) es su favorita. Esta versión de Malena Pichot no la conocía y me gustó porque no es perfecta pero sí muy sentida.
Toca la guitarra el novio de Malena (Leandro Lopatín, guitarrista de Turf, un tipazo total), y al piano está Lito Vitale, nuestro vecino de San Telmo. De hecho, ese video creo que está grabado en su casa, en frente de donde esta pyme familiar que fundamos con Sol compra las milanesas de pollo y los huevos. Podríamos salir a cenar: Malena, Leandro, Lito e Hilda Lizarazu, Sol y yo. Creo que estamos a la altura.
Ahora sí.
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Nos vemos la semana que viene.
Los problemas primarios
Me emocionó mucho. Es hermoso hoy.
Qué delicia!