Las preguntas
La cuestión central: ser padre y ser hijo. Somatización de verano. En el medio, un arsenal de preguntas casi siempre sin respuesta.
Esto sucedió hace un par de semanas pero todavía la sensación está vigente. Me tiré de cabeza a una pileta y me entró agua en los oídos. Desde entonces no escucho nada y pienso cómo fue que pasó eso. Antes me podía tirar de cabeza sin problemas, incluso nada por abajo del agua. Ahora me tiré de cabeza solo porque me lo pedía Benito y chau, no escucho más.
Es como una somatización de verano.
En un descanso de la clase de tenis, tomo agua de una botella de metal de Jazmín Chebar. Es la que usa Beni para llevar a fútbol y la que uso yo para tenis, una botella que tiene dibujos de flores y besos estampados, no sé que tan acostumbrados están ustedes al diseño de Jazmín Chebar pero en mi casa es como si fuera La serenísima. Desde que vivo con Sol el mundo se llenó de marcas que no conocía. Se llenó de cosas que no conocía.
La botella tiene un pequeño agujero en el fondo, una grieta imperceptible pero real, porque si dejás la botella apoyada en un repasador termina húmedo: pierde agua. Y entonces vuelvo al descanso: se me ocurre mirar el interior de la botella y no veo la luz que debería entrar por la grieta: quedo a oscuras y se produce un efecto extraño con mi oído, como el de los caracoles y el mar. Lo hago un par de veces, para ver si el ojo se acostumbra a la oscuridad, pero no pasa nada.
Algo ocurre en mi cabeza, conecto con el piletazo que me dejó sordo, con el hecho de haberme olvidado de escribir sobre el oído tapado la semana pasada, con esa oscuridad de la botella, adornada de besos y felicidad en los logos. Un trazo que va por ahí y pienso que puedo tener algo.
“Estás para pelotear, Diego?”, dice el profe de tenis. Y yo arranco.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Esta es una de las fotos del año para AFP. La sacó Eduardo Soteras en Etiopía y muestra un grupo de refugiados en Eritrea.
La periodista y escritora Marcela Mora y Araujo publicó una carta que su abuelo Juan Mora y Araujo le escribió a su hijo, Manuel Mora y Araujo (el papá de Marcela).
Es de 1950, cuando el abuelo Juan fue a cubrir el mundial de Fútbol de Brasil.
Juan le cuenta al hijo sobre la goleada de Brasil a España. Pero es también una cruza hermosa de dos géneros: el comentario de un partido de fútbol y la carta de un padre. A partir de ahora, me gustaría que así fueran todos los comentarios de los partidos.
Un dato más: Juan tenía buen ojo, porque acaba de ver cómo Brasil aplastó a España y sin embargo anticipa lo que pasó después, que Uruguay le podía hacer un buen partido (fue lo que pasó en la final, en el famoso Maracanazo).
Beni sigue preguntando por la muerte. Ahora, no sin cierta congoja, se interesó por las comodidades que hay en el cielo: “¿Te dan una casa cuando llegás?”. La inquietud me parece pertinente y también me preocupa. ¿Hasta dónde llegan las preguntas?
No tuve tiempo para ver los tres capítulos de Get Back, el documental de Los Beatles que hizo Peter Jackson para Disney Plus. Son tres capítulos que duran 2 horas 36 minutos, 2 horas y 53 minutos y 2 horas y 18 minutos. Una enormidad para esta altura del año y para esta altura de la paternidad por dos.
En cambio, veo pequeños fragmentos en redes sociales, de uno o dos minutos. En Youtube, el algoritmo hace el trabajo de edición que hizo Peter Jackson.
El video que más se vio en redes sociales es el de Paul McCartney rasgueando su bajo tratando de sacar una canción. A primera vista es alucinante, uno ve la intimidad del acto creativo y la genialidad, Paul no tenía nada y dos minutos después tiene Get Back.
(a partir del minuto 1 empieza a aparecer la canción)
Pero más veo el video y más crece una sensación angustiante, el rasgueo frenétido de Paul me incomoda, la desesperación por conseguir una canción, esa voluntad para el trabajo. Paul podría rendirse y sin embargo lo empuja una voluntad incesante. ¿Me pregunto de dónde viene ese impulso? Probablemente sea una mezcla de juventud y genio, pero también sospecho que hay otras cosas. El trasfondo de todo esto sería: no sé si necesitamos tanta intimidad.
Esta semana llevé un montón de libros a la cafetería de mi barrio. Son libros que ya leí y no quiero conservar, o libros que directamente nunca leí. Sin embargo pasó algo raro: unos días después me puse a leer uno de esos libros, como si hubiera encontrado un nuevo vínculo en ese nuevo espacio.
Mientras escribo, un drone flota sobre la casa en que están haciendo un allanamiento. Buscan a una mujer que podría estar enterrada en un pozo.
Mi hermana me trajo de Bahía Blanca un par de cajas con cosas que estaban en mi casa natal. Una con videos en VHS de fútbol, la mayoría de River pero también de goles del campeonato argentino y uno de Maradona. No tiene mucho sentido guardarlos, no tengo forma de ver un video en VHS. Pero un mensaje en las redes me convence. “No te apures. Hace unos años, estuve por tirar algo parecido y mi hijo que tendría 7 u 8 me frenó -No, papá -Pero si no los vas a poder ver y además está todo en Youtube -Si, pero esos eran tuyos, yo los quiero guardar”.
Ubico un par de libros que no me dicen mucho. De casualidad abro uno que tiene una dedicatoria: Dice “Para Diego, con el amor de mamá” y un poco puteo, porque quisiera desprenderme de esas cosas pero ahora no voy a poder: ¿Para qué quiero guardar ese libro? Es tan absurdo tirar el libro como conservarlo.
Ahora que escribo busco el libro y no lo encuentro: ¿lo guardé o lo tiré? ¿Lo tiré sin querer? ¿Existe tirar sin querer?
Todo el tiempo vuelve la cuestión central: yo en el medio, entre los padres y los hijos. ¿Hasta dónde llegan las preguntas?
Dejamos acá…
Gracias por leer cada semana. Mi manager me recomendó no retuitear más los elogios. Dice que queda mal y creo que un poco de razón tiene. Pero mi manager tampoco está leyendo el newsletter, así que no creo que le haga caso. Gracias por recomendar el newsletter y también gracias por los cafecitos (lo uso para pagarle al manager)