Estoy yendo a comprar unas cerámicas que vi la semana pasada en un negocio. En el viaje no pienso en otra cosa que en un número: 3.920.
Unos días antes fui a averiguar y traje toda la información que habíamos arreglado con Sol: metros, precio, cajas, facilidades de pago, flete, entrega. Fui el mejor alumno, no quedó pregunta sin hacer, no quedó respuesta por entregar. Cuando le pasé el reporte final Sol me hizo una pregunta fatal: “¿Y por qué no las compraste?”
Me faltó esa respuesta aunque era obvia.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
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En Independencia al 800 hay un negocio un bidón en la vereda para recolectar el agua que expulsa el aire acondicionado. Pero el detalle es que el bidón es de líquido refrigerante. Me pareció un gesto artístico espectacular, el pequeño cuelgue de los imprescindibles que embellecen la vida cotidiana. Somos muchos los que estamos atentos a esos detalles, aunque el que puso ese bidón quizás piense que está solo.
Ahora que estoy yendo a confirmar la compra solo pienso en el número, porque ya pasó una semana y lo más probable es que hayan aumentado. No solo es probable que hayan aumentado, sería casi estúpido que hubieran mantenido el precio de la semana anterior. No se termina de entender muy bien, pero parece que la guerra en Ucrania afecta no solo a los precios de los alimentos, sino que también de algunos materiales para la construcción.
Ahora no me importa la guerra de Ucrania, los niños que caminan kilómetros en Africa por un vaso de agua, no me importan las mujeres y niñas afganas a las que les prohibieron ir a la escuela.
Solo quiero que el precio siga siendo 3.920 pesos el metro. Pero me acompaña una sensación de angustia mientras manejo y una vez que estoy en el negocio mientras me acerco al lugar en donde están los precios.
Pase lo que pase, voy a pagar lo que haga falta: 5 mil pesos el metro, incluso me estiro hasta 6 mil y voy a llegar sin ningún remordimiento y decirle que compré las cerámicas y que todo salió bien. Ya tomé la decisión de mentirle si es que los benditos cerámicos aumentaron.
No importa que ella lea esto que estoy poniendo, porque lo que quiero contar es esa sensación de angustia que me dejó la tarea a mitad de camino, la absurda rutina de postergar las cosas.
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Ultimo control del oído, salgo rápido para volver a casa y decido tomar un taxi, saltearme la parte del Congreso que venía visitando en cada caminata de vuelta siempre por caminos diferentes.
Esta vez llego a una esquina y me subo a un taxi. A los dos segundos un tipo se asoma por la ventana y me dice “no tenés vergüenza, estoy esperando hace una hora”. Me acusa de haberlo primereado, algo que me molesta mucho cuando me lo hacen. Pero esta vez no lo vi que estuviera esperando. Lo chequeo con el taxista, que me da la derecha. Es un mecanismo que funciona siempre: uno puede ratificar cualquier barbaridad con un taxista, porque siempre te va a dar la razón con tal de seguir el diálogo, la conversación, el chamuyo.
Pero no me conforma solo tener la razón (algo que no necesito chequear con nadie; sé que no lo vi, sé que no tuve mala intención), la situación me incomoda y sigo pensando varias horas en el tema. Pienso en cómo siguió la historia desde la perspectiva del otro “hoy un rusito me cagó el taxi, lo puteé por la ventana y se hizo el boludo, puso cara de perro que se lo están culeando”.
En realidad no es la perspectiva del otro, porque creo que puse esa cara. Soy el tipo que me narra.
Parece que trabajar en Google es apto para procrastinadores.
Soñé mucho en las vacaciones, estoy soñando poco ahora. El narrador del inconsciente está descansando.
En el restaurante japonés mi viejo pidió unos langostinos gigantes. Los comió todos pero dejó la parte de la cola. Hay una especie de consenso argentino de que esa parte no se come, pero hace algún tiempo yo estuve en uno de los restaurantes más caros de Japón y vi como el cocinero no desechaba las colas, sino que las marcaba en la plancha y las servía como una delicia.
Todo eso pasó hace mucho tiempo. De muchas cosas de mi vida ya pasaron 20 años.
Esta cita de Goyeneche siempre me gusta. La manera en que dice “viví un poco más” es sublime.
Soñé que chocaba el auto contra un árbol. ¿Soñar es vivir? El narrador está trabajando.
Foto Fadel Senna / AFP.
Dejamos acá. Hoy no puse muchas fotos porque las que quiero que vean están en este sitio
Irina Werning es argentina y ganó el premio World Press Photo en la categoría “Historias” por este trabajo que se llama “La promesa”. Son 10 fotos que muestran a Antonella, una chica de 12 años que se deja el pelo largo y promete volver a cortárselo cuando vuelvan las clases.
Gracias por la lectura, los comentarios, los cafecitos y las recomendaciones. Siempre lo pongo así todo junto porque todas son formas de agradecimiento y de interacción que valoro un montón.
Nos vemos la semana que viene.
Qué pasó con el precio de las cerámicas??
Me quedé con la intriga del precio de las cerámicas!!