La mochila vacía
El misterioso hombre de los ascensores, el juego y la rutina. Una canción que nos hizo felices.
En la cochera en donde guardo el auto hay dos ascensores. Benito toca los botones para subir y bajar, la cosa se puede poner realmente jodida si no es él el que ejecuta la acción. Al principio costó acostumbrarse pero ahora lo tenemos completamente asumido. Son las pequeñas rutinas de un niño y una familia, una dinámica que va a ser perfectamente reconocible por aquellos que tienen un niño en sus vidas y absolutamente inentendible para los que no lo tienen. A veces subo solo al ascensor y me quedo esperando un rato largo hasta que me doy cuenta de que Benito no está y que por lo tanto para que el ascensor se mueva tengo que tocar el botón que me lleva al tercer subsuelo.
La cosa cambió en los últimos meses. Benito tiene competencia: Clemen tuvo todo un año de verlo y aprender y por haberse convertido en un ser humano con movilidad e intereses sucedió lo esperado. Ella también quiere tocar los botones.
Entonces no queda otra que administrar la rutina que antes era solo para uno y ahora es para dos. Esta otra parte solo lo pueden entender aquellos que tuvieron más de un hijo.
Pero quiero contar otra cosa: al lado de la botonera está el papel con los controles de rutina del ascensor, esas cosas de la burocracia recaudatoria para garantizar unos pesos de ingreso al sistema y, en segunda instancia, que los ascensores no se vengan abajo.
Hace poco descubrí que la firma del tipo que hace la inspección mensual es igual a la mía. Alquilo esta misma cochera hace cuatro años pero no había advertido ese detalle, no sé si porque antes venía otro inspector o porque tenía un solo hijo.
Desde entonces, estoy obsesionado con eso, trato de estar atento a las inspecciones para ver si encuentro al tipo que pone la firma. Busco entre todas las personas que entran a la cochera para ver alguna afinidad. Hasta ahora no tuve éxito pero es algo que cambió mi rutina de todos los días. No es poco.
Esto es un ejemplo de algo que siempre me resulta difícil de explicar: el mundo privado, lo que sucede por dentro mientras está todo lo otro, la vida cotidiana, el trabajo, el deporte, la rutina.
Fui a ver a El Mató a un Policía Motorizado a La Plata y me quedé fascinado con las imágenes que proyectaba la pantalla del fondo. Eran secuencias planetarias, amaneceres, atardeceres, nubes que viajaban por el cielo, tormentas de colores extraños. En uno de los planos se veía el Planeta Tierra y en el contorno había un haz de luz hermoso, de alguna manera entendí que ese contorno era el amanecer de cada territorio.
Mientras sonaba la música pensé en una sección fija para algún medio, o quizás un documental. Buscar a gente que haya salido en el Street View de Google y entrevistarlos. Por ejemplo, este tipo que está paseando sus perros en Gualeguaychú y Baigorria. ¿Quién es? ¿Qué piensa de la vida?
O estos nenes que están jugando en la vereda en Chos Malal, en Neuquén. ¿Quiénes son? ¿Qué hacen ahora? ¿Todavía conserva esa familia el Volkswagen Gol blanco?
Es fácil tener ideas, lo difícil es concretarlas.
Este newsletter me sale bien porque es una idea, o una colección de ideas, pero no es nada concreto, no puedo hacer que avance, que se convierta en otra cosa. Me gusta andar con la mochila cargada.
A veces pruebo otros formatos: escribir cartas para mamá, o escribir una enumeración de 42 puntos como cuando fue mi cumpleaños. Puedo hacerlo, puedo jugar, pero no hay un plan ni una propuesta concreta.
Cuando tengo una idea concreta, como por ejemplo grabar estos textos y que puedan ser escuchados, como un pequeño audiocuento de 7 u 8 minutos, pufff, se diluyó. El plan incluía también que otras personas grabaran los textos y llegar a grabar el archivo completo.
Pero ahí es donde fallo: en el plan gigantesco, en terminar de completar la obra. Lo bueno es que tengo más ideas para este boletín. Los Procrastination Diaries.
El periódico global The New York Times realizó un ensayo en el que afirma que procrastinar no es un asunto de holgazanería, ni de flojera, sino de control de emociones.
Investigadores de la Universidad de Colorado encontraron que hay personas que pierden la atención de su objetivo con más facilidad, en cuanto un distractor entra en escena y eso se llama procrastinación. Es decir, dan preferencia a sus tendencias impulsivas. Hay cierto placer en dedicar tiempo a los distractores, en lugar de las metas u objetivos.
*Fragmento del artículo “Procrastinar o Procastinar. ¿Cuál es el sentido de la palabra?”
Fui a terapia con una mochila llena de ropa que ya no uso. Fue una sesión dura, de esas en las que se intenta llegar a algo más profundo. Yo soy como el agua, me meto en la grieta que va apareciendo, dice la psicóloga. A la salida fui hasta un negocio en el que compran ropa usada y la vendí. Me quedé con la mochila vacía y la plata justa para pagarme una sesión de terapia y una clase de tenis, que es como otra terapia, pero más barata.
Cuando le suspenso la sesión a la psicóloga igual me cobra la hora como si hubiera ido. Es estar en el ascensor sin subir ni bajar. Cuando le suspendo al profe de tenis no me cobra. Yo igual me quedo pensando en los golpes que hubiera hecho, la mecánica de los movimientos. Solo que al final no me duele la espalda, las piernas o la muñeca derecha.
Alguno de los dos está equivocado, pero no voy a ser yo el que defina cuál.
Dejamos acá…
Muchas veces tardo un montón en elegir la canción para el cierre. Trato de que sea algo que tenga lógica con el resto del texto, pero que no sea una canción muy conocida. Hoy iba en el auto y empezó sonar este hitazo de Louta. Mis dos hijos se pusieron a bailar, cada uno a su modo, en la medida de libertad que te permite el cinturón de seguridad. Pero igual fue suficiente. Ni tanta pretensión ni tanta exigencia, ni más ni menos que un momento agradable para los tres.
Gracias por los comentarios y la repercusión que logran algunos textos, siempre gracias a ustedes por difundirlo. También los que hacen su aporte simbólico de dinero con un cafecito.
Nos vemos la semana que viene.