La fragilidad de la rutina
Vamos a arrancar por el final. En este video Paul McCartney explica lo fácil que es tocar el piano y hacer canciones.
El video no está subtitulado pero no hace falta que sepas hablar mucho inglés para entenderlo. Me pasa algo mágico con Paul McCartney (además de lo obvio). Cuando lo escucho siento como si hablara una especie de idioma universal, el idioma del amor, o el idioma de los genios. Parece fácil. En este video que seguro muchos ya vieron pasa lo mismo. Un viaje junto a Paul McCartney.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Hace poco se cumplieron 50 años de esta foto, conocida como “La niña del Napalm”.
La foto la sacó un joven corresponsal vietnamita de la agencia Associated Press, llamado Nick Ut, el 8 de junio de 1972.
En este link está la historia contada por Juan Forn, es decir que no hay mucho que yo pueda hacer para contarlo mejor.
Pero quisiera rescatar un fragmento para citar acá. Nick Ut mandó los originales y en la redacción de AP en Nueva York no estaban muy seguros de publicar la foto, por el desnudo frontal de una nena. Ahí apareció un viejo editor fotográfico, llamado Horst Faas, que había sido corresponsal de guerra y que ahora estaba cerca del retiro. Es decir, conocía el territorio y tenía también el oficio de la redacción, sabía cómo ganar una discusión, y tenía el coraje que hay que tener para tomar una decisión en una redacción, con todo lo que hay para ganar y para perder.
Faas sugirió publicar la foto y dio un consejo clave. Si mantenían el encuadre original de la toma, sin hacer zoom en la nena, esa foto iba a ganar un Pulitzer.
Por supuesto, fue lo que sucedió al año siguiente. La foto completa tiene una cantidad de información (los soldados, los otros chiquitos, el cielo amenazante, el soldado que va ¿cargando el arma? el nenito de camisa blanca que mira para atrás, ¿Qué mira?).
Esta semana no tuve terapia. Cuando llegué a la puerta del consultorio no me había nadie que me atendiera y me pareció raro. Le escribí a la psicóloga y el problema estaba en que la sesión era virtual (ella viaja una vez por semana al interior). Yo estoy seguro de que no me había avisado, ella dijo que sí me había avisado.
Ahí la cosa se puso un poco incómoda y lleva las cosas a un terreno que no me gusta: la psicóloga te analiza en la hora de la sesión o estos malentendidos también entran en el combo. Sentí que estaba en inferioridad de condiciones: yo sé que no me avisó pero también creo que ella debe pensar que yo me olvidé a propósito. Y no tiene mucho sentido que me ponga a discutir eso, porque esa discusión también puede ser usada en mi contra. En realidad, no es en mi contra, sino que es para un análisis incorrecto. Y además el discurso empieza a entrar en un territorio de la desconfianza. ¿Cómo se desarma ese nudo? Con plata y compritas.
A la salida me fui a un bar en Azcuénaga y Las Heras, uno de esos bares de otro tiempo. Intuí que iban a tener diarios en papel disponibles y así fue: en una mesa me esperaba un Clarín que a esa altura de la tarde ya estaba un poco manchado y desordenado. Me comí un tostado y me tomé una Sprite Zero, leí el diario sin mucho interés, como debe ser, pasando página tras página, leyendo algunos títulos, buscando algún error, y leyendo alguna nota o dos. No más que eso. Leí también las cartas de lectores y descubrí a un viejo autor de libros de contabilidad con el que estudiábamos en la secundaria. Enrique Fowler Newton. En la carta no hablaba de asuntos contables o impositivos, sino que se quejaba de un viaje del intendente Ishii a Miami.
Yo leo los diarios y me quedo pensando en cosas absurdas que encuentro: en este caso, advertí por primera vez que los títulos de las cartas de lectores los pone un editor y que ese título explica de qué va la carta. Es una especie de presentación: “Pide investigar el viaje del intendente Ishii a Miami”. Si hubiera más lugar para el título, podría seguir explicándolo y escribir una especie de carta paralela, como si fuera un subgénero propio.
Gasté 800 pesos en el bar y me fui muy contento.
Después pasé por la verdulería, compré pomelos y mandarinas, una bandeja de champignones y una cabeza de ajo. Gasté 1200. Y la última compra fue ir hasta el chino de los vinos buenos (que no es el chino más cercano, sino el chino de los vinos buenos; también está el chino nocturno y el chino chorro: en total son cuatro negocios distintos a los que vamos habitualmente) y compré una botella de vino de Finca La Anita que me costó 800 pesos. Cuando hice las cuentas advertí que había gastado $2800, lo mismo que me sale la sesión. (Esto parece un pasaje de Diario del Dinero, de Rosario Bléfari). Siempre fui bueno en contabilidad.
El viernes a la tarde, mientras terminaba de escribir esto, me quedé sin energía, nunca me había pasado tan claramente sentir que se me había agotado el tanque para lo que quedaba del día. No era igual a estar cansado por haber trabajado mucho o por haber jugado al tenis. Era un malestar que había empezado ese mismo día aunque paradójicamente el origen estaba en que me había quedado dormido y desde esa falta se encadenaron una serie de problemas menores, como no haberle atendido el timbre al sodero, o no haberme podido bañar antes de hablar por teléfono en la radio.
Creo que fue toda la semana así: el lunes comí algo que me cayó mal y me jodió el hígado, estuve dos o tres días medio en ayunas y con dolor de cabeza, pero no el dolor de cabeza habitual que combato con un Ibupirac viejo y querido, sino que era el dolor de cabeza que está linkeado al hígado.
Por eso tomé la Sprite en el bar de los diarios, por eso tomé poco café y comí a desgano. Por eso dormí hasta las 10 de la mañana el viernes y por eso me quedé sin energía. La fragilidad de la rutina.
El celular me ofreció activar una aplicación del sueño. Yo acepté sin saber muy bien qué es lo que estaba configurando, lo cierto es que desde hace un par de semanas, a la 1 AM, mi teléfono entra en modo sueño, aunque yo sigo despierto. No entiendo bien si se me bloquean las notificaciones, no me interesa averiguarlo. Me gusta la transgresión módica (un homenaje al Turco Asís) de seguir despierto mientras la aplicación cree que estoy durmiendo.
También puede pasar al revés, me despierto cuando mi hija lo necesita y la aplicación piensa que sigo durmiendo. O no sé qué es lo que piensa, pero también me agarra un sentimiento de paranoia en el que creo que le estoy entregando datos de mi vida a alguien que los va a usar en mi contra. Por supuesto, todo es en vano. Mi paranoia, los ajustes confesionales del horario de mi sueño, las horas de descanso que no tuve, la absurda pretensión de modernidad de las aplicaciones y el teléfono celular, los gráficos de barras que ilustran las horas de actividad versus las horas en reposo. Una gran pérdida de tiempo, como si la procrastinación necesitara camuflarse en esas cosas.
Por la tarde recibo spam para comprar un terreno en Zárate: 93 mil dólares, en cuotas. Nunca me sentí más lejos del mundo nuevo.
Dejamos acá (esta terapia no tiene semanas libres).
(si vieron el primer video de Paul, escuchen el piano de esta canción; es tal como dice que lo hace, tan sencillo y genial a la vez).
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Gracias por leer cada mañana, son también una compañía para mí a lo largo de estos casi cuatro años. Les mando un abrazo y recuerden que este es un ejercicio de escritura contra la procrastinación. No es una diario íntimo, pero se le parece bastante.
La próxima vez ya será julio.
Un abrazo.