La convicción liviana
Reciclo la basura sin muchas ganas, como si lo hiciera para sumar millas para el club de los progres. 25 años de Ok Computer. Una tormenta naranja en Irak. La aparición del Ruso, un gigante blanco.
Hoy no reciclo una mierda, dije en un rapto de rebelión que no supe de dónde me había salido, pero que tenía una carga ineludible. Entonces decidí seguir esa orden (aunque no sé si tenía otra opción, dada la fuerza que tuvo esa aparición) y tiré dos botellas de coca light a la basura, junto a un montón de otros residuos. Puse todo en la misma bolsa, la cerré y la tiré en el contenedor general, ya no estaba guiado por la voz de la rebelión y por eso estaba otra vez solo, con un poco de culpa
No soy un reciclador ejemplar, simplemente separo algunas cosas que después suelto en un contenedor verde. También lleno una botella de gaseosa con envases plásticos, algo que fue bautizado un poco absurdamente como Botella de amor, según le enseñaron a Benito en el jardín.
Reciclo empujado por una convicción más bien liviana, como si al hacerlo sumara millas para el club de los progres, que no sé dónde existe ni quién lo conduce. Tampoco sé si quiero estar ahí, pero pareciera que algo me guía hacia ese rumbo.
En el fondo, cada vez que suelto las botellas de plástico en el contenedor verde aparece una parte desconfiada de mí mismo, la parte más juzgona y cínica, que piensa que nada de todo eso va a terminar reciclado, que todo el asunto debe tener que ver con algún negocio oscuro, algún amigo del poder que es el dueño del curro, que todo es una actuación sin mucho sentido. ¿Vamos a salvar el mundo haciendo esa boludez? Todos sabemos que no. Por eso lo hago sin convicción y lo que se hace sin convicción fracasa, esto es algo que tengo cada vez más claro.
Las fotos de esta semana son de Asaad Niazi, fotógrafo de la agencia France Press (AFP) durante una tormenta de viento y polvo en Irak.
Cada vez que voy a tenis tomo la calle Alvarado. Me gusta que sea una calle con el mismo nombre de la calle de mi casa de la infancia, aunque la Alvarado de Bahía Blanca no se parece en nada a la Alvarado de Barracas y Parque Patricios.
Esta semana vi una pintada que me gustó mucho. Sobre la pared de un depósito, un mensaje de otro tiempo, por el contenido del mensaje y también por el tipo de letra. Dice “Ara, me encantás”. Busqué en Google Maps (ya saben, una obsesión de la casa) si la pintada está hace mucho tiempo pero en las imágenes se ven las paredes limpias. Quizás como moneda de cambio, una pareja camina por ese lugar.
Hoy cumple 25 años el disco OK Computer. En esta nota hay un montón de info interesante, el contexto en el que sacaron el disco, la locura en la que estaba metido Thom Yorke.
“Empezaba en agobiarme la sobrecarga de información. No deja de ser irónico, ya que ahora es mucho peor”, dijo entonces, en 1997- Casi no existía Internet y este muchacho ya estaba agobiado. Por eso el disco envejeció bien, es clásico y contemporáneo.
Más de Yorke: “Estaba paranoico con cómo nos relacionamos las personas. Pero lo verbalicé utilizando la terminología de la tecnología. Todo lo que estaba escribiendo era, en realidad, una manera de intentar reconectar con otros seres humanos, en una época en que cada vez sentía más soledad y desconexión”.
Volví a la radio, volví a muchas viejas costumbres que creía olvidadas. Uso mucho las bicis de la ciudad, estoy atento a la duración de los viajes, a la calidad de las bicicletas, a la posibilidad concreta de caerme en la calle, el miedo que me da pisar el bordecito de la bicisenda. La aplicación tiene un error que me vuelve loco. Al terminar un viaje te ofrece calificarlo con una puntuación que puede ir de una a cinco estrellitas. Yo siempre le pongo cinco estrellas, un poco porque me da culpa ponerle cuatro o tres estrellas, siento que tendría que justificar mi calificación y no me dan ganas de entrar en detalles. Pero igual todo esto no importa, porque la aplicación te abre de inmediato un cartel que dice “¡Contanos! ¿Por qué tu viaje no fue 5 estrellas?”
En la radio ponemos de fondo un programa de TyC Sports en el que la gente va a patear penales. Son esos giros geniales de la programación, alguien tuvo una idea que no se sabía muy bien si era una genialidad o una imbecilidad total. Cada vez que giro la cabeza al televisor veo una especie de batería interminable de gente pateando a un ritmo frenético, chicos que celebran todo el tiempo los goles, un continuado permanente de penales y goles. Es como una película porno en la que están siempre cogiendo. Acá no pasa otra cosa que penales y más penales, con alguna que otra interrupción del conductor (que, de paso, se llama Agustín Fantasía) para explicar un reglamento que nunca llegamos a entender, porque la tele está en silencio. El efecto es hipnótico.
Cuando camino por la calle suelo tener una especie de sueño recurrente, aunque no es un sueño, no estoy usando la palabra correcta porque lo que me pasa es algo que intuyo que puede pasar en cualquier momento. Yo estoy en una esquina esperando para cruzar el semáforo y una moto viene a toda velocidad hacia mi, pero no viene andando sino que derrapó y viene deslizándose por el piso. Entonces yo tengo que saltar a la moto para salvar la vida, o salvarme de un accidente. Pero es un salto que requiere una coordinación y una atención especial, una maniobra que requiere frialdad especial. Me preparo para dar el gran salto.
Esta semana me crucé a un viejo personaje del barrio, que hacía mucho que no veía, esos personajes que a veces saludás y a veces no, no se sabe bien cómo es esa regla para el vínculo, a veces me daba miedo saludarlo porque no sabía si me reconocía, yo asumía que su fisura permanente le impedía reconocerme. A mi me inquietaba que no hubiera un código fijo, o nos saludamos siempre o no nos saludamos nunca. El saludo a medias puede llevar a malinterpretaciones que siempre, según mi propia paranoia, iban a terminar con un puñetazo en mi cara. Con otros personajes mucho más fisura había logrado construir ese código, algunos de ellos incluso eran amigos de mi hijo, pero con el Ruso no pude.
Ahora me lo crucé después de mucho tiempo, él parecía estar trabajando, cargaba unas bolsas de material y se lo veía bien. Yo lo miré fijo, pero no para saludarlo sino porque noté que le faltaba un ojo. O, mejor dicho, tenía un ojo blanco, como vacío, que le daba un aspecto aterrador. Creo que esa misma noche soñé con el Ruso, parecía un personaje como de los White Walkers de Game of Thrones. A veces los rusos me dan más miedo, como si tuvieran una fiereza incorporada que nadie se ve venir. Yo sí, yo les temo. Espero no volver a verlo.
Dejamos acá.
Para el final dejo esta versión de Paranoid Android. Para los que me conocen, van a notar que hay no menos de tres personas que se parecen a mí en esa orquesta. Presten atención, incluso a las mujeres, y van a encontrar los parecidos.
Gracias por leer, por los comentarios, recomendaciones, likes y cafecitos. Vengo con la convicción más bien liviana, pero sigo.
Nos vemos la semana que viene.