Tengo un par de horas libres y me digo a mí mismo que tendría que sentarme a escribir el newsletter. No suena disparatado pensarlo pero sí cuando pasa a la escritura. ¿Cómo es eso de que “me digo a mí mismo”, me doy una orden? El diálogo interno se vuelve una locura cuando es explicitado.
En lugar de escribir parecen entonces tareas y acciones que tienen un único e inequívoco objetivo. Postergar la escritura, seguir con la maquinita interna que da órdenes y castiga. Estas lavando los platos pero en realidad deberías…
Exprimo dos naranjas y me tomo un jugo. Después me corto una manzana. También podría hacer un guiso de lentejas para el sábado a la noche. En este caso opera un mecanismo inverso: cocinar con antelación para que la preparación quede más sabrosa al momento en que va a ser consumida (casi 48 horas después). Procrastinar el sabor.
O acaso no será lo mismo: la preparación es el diálogo interno, el disparador absurdo, caminar, nadar o lo que sea que active las neuronas para luego después escribir lo que ya está procesado. No, no lo creo. En la escritura, en el efectivo acto de unir palabra tras palabra, aparecen cosas que solo suceden ahí. Algunas casi mágicamente, en la última oración de un texto o en la finalización de una idea, la coronación de algo que se fue encadenando pero no estaba. Es lindo cuando sucede.
Las manzanas que compramos en casa tienen la piel muy oscura, me inquieta que sean más moradas que rojas. Googleo. No encuentro concreto pero sí distracciones y conocimiento superficial.
Hay un tipo de manzanas negras que se cultivan en el Tibet. Por la altura y la amplitud térmica, tienen un exceso de radiación ultravioleta (¿acaso eso no sería algo malo?) y mayor cantidad de antocianos, que sería como la molécula que le da pigmentación a la cáscara de una fruta (en las uvas, por ejemplo, determinan también su color).
Me cuelgo mirando fotos de Nyingchi, una de las regiones en donde más se cultivan este tipo de manzanas.
Es la temporada alta de ascensos en el Everest, una etapa en donde aparecen las historias de rescates, muertes y hazañas. Lo que más me gusta es ver las fotos que muestran la concentración de escaladores en el ascenso final: resulta absurdo que haya 20,50, incluso 100 escaladores agrupados en la cima del mundo, esperando como si estuvieran en la cola del supermercado, para ascender. Claustrofóbico, porque el oxígeno no abunda y el teimpo apremia: se producen esos embotellamientos porque hay que aprovechar las ventanas climáticas, es decir unas horas de buen clima para llegar a la cumbre, y porque es cada vez más fácil el ascenso (por los tubos de oxígeno, la preparación física, la posibilidad de contratar guías que te llevan a la cima, como si uno contratara una excursión para conocer el Maracaná (estoy exagerando, pero no tanto).
Este año se produjo un record de permisos para lograr el ascenso (454) aunque son más personas las que suben a la montaña. Cerca de 900 porque los nepalíes que hacen de sherpas no necesitan autorización.
Este video estaba subido a Twitter y en las respuestas había un comentario muy gracioso: “construyan montañas más altas”
Lo del jugo se me inoculó en la cabeza desde que leí una nota en la que una chica que hace videos para TikTok había “descubierto” la receta para el jugo de naranja. Por supuesto que la clave de la viralización es que nos reimos de la estupidez de esta chica, pero en realidad yo creo que funciona diferente. Hay una suerte de receta para los influencers que funciona siempre, y consiste en mostrarse inocentes, ingenuos, extremadamente boludos o también reaccionarios, violentos. También recrean situaciones inverosímiles, como el novio que sale a hablar con su amante pero olvida desconectar el bluetooth del teléfono, entonces su novia descubre todo por un “descuido”. Es todo tan obvio que resulta pátético, pero insito, lo peor no me parece eso sino la ingenuidad con la que se lo consume.
He aquí me comentario para la sección de la adultez, que se inauguró acá
Qué tal si te pasamos una frase cada uno y entre todos escribimos el Diario de la Procrastinación. Dale.
Leí un libro extraordinario sobre un hombre extraordinario. La biografía de Mario Levrero que escribió Mauro Libertella. Se llama “Un hombre entre paréntesis” y lo editó la Universidad Diego Portales.
Levrero fue un escritor notable que vivió casi toda su vida en el anonimato, casi sin trabajar, viviendo con lo mínimo. Un cultor del ocio al extremo, tanto que en sus talleres invitaba a sus alumnos a que dejaran sus trabajos y se dedicaran a lo que realmente les gustaba: que escribieran que sacaran fotos, de algún lado el dinero iba a salir. El trabajo le sacaba tiempo para hacer las cosas importantes. En un momento de su vida estuvo verdaderamente apremiado y decidió aceptar una oferta laboral en Argentina: fue editor de una revista de crucigramas y juegos de ingenio. En ese tiempo escribió un libro llamado “Diario de un canalla”.
Ahora siento una necesidad desesperada por leer ese libro, como tantos otros “Diarios de ….” que leí hasta ahora.
Diego Frenkel es más que el Duki. Pero esa frase es tuya. Sí. Digan otra que esté buena y yo la escribo.
Jaime Ross se pregunta por qué le siguen pidiendo que escriba buenas canciones. Tiene 70 años y parece haber aprendido que no está mal vivir de su pasado, de sus canciones buenas (que fueron compuestas hace mucho). "Pídanle a uno de 30 que haga un disco bueno y original", reclama.
Me parece una actitud admirable: tener una plena consciencia sobre lo que sucede con su carrera a esta altura de los acontecimientos.
Es más de lo que deberían aprender algunos.
Dejamos acá.
Los dejo con música exótica: una extraña alianza entre Jonny Greenwood (guitarrista de Radiohead, y unos cracks del otro lado del mundo.
Gracias por llegar hasta acá y leer cada semana. Gracias a los que dejan algún comentario (@diegogeddes en TW o IG) o colaboran económicamente con un cafecito. Como digo siempre, no cambia sustancialmente mi economía pero es una forma de compañía y reconocimiento que me hace bien, tanto como los comentarios o las devoluciones que le dan otra vuelta a la lectura.
Fueron hermosos los comentarios que llegaron en el newsletter anterior: una extraña forma de amor comunitario.
Nos vemos la semana que viene.
Gracias por la compañía, Diego.
Como adulto de 45 años quiero indignarme con la chica que descubrió la receta del jugo de naranja pero no me anda en link.
Quise googlear y me salen recetas de pato a la naranja.
Podrás chequear si está bien?
Gracias [por todo]