Primera semana de laburo, tomé Ibupirac todos los días, siempre a eso de las dos o tres de la tarde. Un dolor de cabeza categoría 2, asociado al tedio de haber vuelto. No sé cuáles son las otras categorías pero ni a qué tipo de malestar refieren, pero dejémoslo ahí.
La categoría 2 se resuelve con una dosis de Ibuprofeno 400, la común, la del 2x1 en Farmacity. Siempre comprar la caja verde, no ahorrar en productos de otro laboratorio.
En Brasil intenté comprar Ibuprofeno 200, para mi la dosis exacta, la nueva aspirina que recetaría Favaloro si estuviera vivo. No sé consigue en el mercado local pero si alguno tiene la oportunidad de viajar es bárbaro para tratar el dolor de cabeza ni bien empieza: ese es el secreto, no dejarse estar (esta receta sirve para casi todo).
Me refiero a cuando uno uno empieza a sentir el peso detrás de los ojos, una mugrecita que se acumula arriba. Ahí nomás, tuc, hay que tomar la pastilla. No tiene sentido esperar una o dos horas, ya no va a aliviar eso que empezó.
Le estoy contando toda esta historia al teléfono y cuando estoy tirando las palabras para el próximo capítulo veo que me entra un mensaje importante. Las dejo anotadas acá para después. El café en el Once, la sala de espera, los terroristas, Patricia Bullrich. Después seguimos.
El mensaje dice “amigo escuché tu consejo y me separé”. Yo le respondo “Bien ahí amigo, bien hecho, te abrazo” y para adentro pienso “cuándo carajos le recomendé la separación, cuándo fue que pasó eso”. Ahora me siento mal, yo cuando salgo a comer con mis amigos entro en un estado de relajo total, la mejor versión de mí sucede en esas pocas horas pero al mismo tiempo también digo muchas boludeces, exacerbadas por el alcohol y los depresores del sistema nervioso que haya disponibles. Pero se ve que mis amigos toman nota de esos consejos, suenan convincentes y ejecutan. Qué tragedia. No es que me sienta responsable pero mientras mi amigo me cuenta estoy escuchando una canción nueva de Conociendo Rusia que se llama “Lo mejor”.
Dice así:
Te deseo lo mejor
Aunque ya no estés al lado, lo mejor
Aunque vayas de la mano con alguien mejor
Aunque dudo de todo esto
Que sea lo mejor
Nadie en el contestador
Es tan largo el día sin saber de vos
Y una voz en mi cabeza
Me aconseja lo peor
Escondiendo lo que siento
Soy el mejor
Y acá estoy, otra vez
Escribiéndote un mensaje
No quiero que te olvides mí
Si estás mal o estás bien
Ya sabes donde encontrarme
No puedo dejarte ir
Toda la letra más o menos así, no la sigo porque es un plomo leer letras de canciones sin la melodía (la boludez de haberle dado un premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, pienso ahora). Siempre lo importante es la melodía. Una canción, como todas las de Conociendo Rusia, que suena a Fito Páez, a Andrés Calamaro, y que además tiene un increscendo que suena a redención.
Pero me hago cargo y decido redoblar la apuesta.
Yo también voy caminando y escuchando canciones y sí, encuentro la belleza en algunas cosas. Una mariposa que veo por ahí, pienso en otro amigo que había posteado el día anterior una foto de una mariposa, justo el día en el que se cumplían dos meses de la muerte de su papá. Todos lugares comunes, pero hay que estar ahí, hay que sentir así. Eso es la belleza de vivir.
Sigo: el nombre de un negocio con un juego de palabras, pienso en cómo fue que se les ocurrió, un nene que va de la mano con su mamá, se miran.
Por supuesto, el panorama es desolador también, gente tirada en la vereda, familias que parecen haber dejado ayer mismo una pensión.
Lo último sobre el tema: salir a caminar es una terapia insuperable, último refugio de la experiencia viva, sin teléfonos ni estímulos artificiales. Pura introspección y reflexión.
Lo que quería contar antes de volverme un consejero.
¿Cómo te llevas con el asunto?, me pregunta otro amigo cuando le digo que estoy en una guardia médica, con mis dos hijos y un pronóstico de una hora de demora. Quiere aprender de mí, es un padre novato. “Yo soy un optimista”, le digo. “Vas a todos lados con la misión antropológica, lugares de mierda aburridos insoportables pero por lo menos pensas capaz me sirve para escribir algo". Así con todo, los cumpleaños infantiles, las reuniones de padres, los chats, la burocracia de la paternidad.
En la guardia me doy cuenta de que la cosa no está ahí, le digo a la recepcionista que me estime la demora real, me dice “una hora y media, real”. Le agradezco que me imite con la palabra, también hay belleza ahí en esa pequeña complicidad.
Le digo que me voy a un café en la esquina. Mis hijos toman la noticia con entusiasmo, nos vamos de esa guardia sin haber sido atendidos por la potencial otitis de Benito y llegamos al primer café que vemos, en la esquina, un extraño establecimiento con muy pocas mesas y no mucho lugar. Atienden unas chicas venezolanas, parecen las dueñas. En la mesa contigua hablan dos árabes en un idioma extraño (perdón la generalización), el prototipo de dos terroristas a los que Patricia Bullrich mandaría a detener. Yo lo pienso también, pero no soy Ministro de Seguridad, la pequeña sutileza del asunto. Solo prejuicio, capaz que los tipos están cerrando algún negocito, o hablan de Buenos Aires, de lo caro que está todo.
El café es espantoso, yo me tomo uno y enseguida pido otro. Las medialunas son horribles, la soda no está del todo fría, pero agradezco estar ahí con mis hijos, que seamos nosotros tres, Sol la hubiera pasado mal, le hubiera molestado todo, las dimensiones del café, la mala calidad de absolutamente todos los productos, la insistencia de mi hija para ir al baño (dejó los pañales!!!), pero qué lugar maravilloso, tanto más inspirador que una sala de espera.
No sé si lo pienso de manera egoísta, que solo yo la estoy pasando bien, pero mis hijos parecen felices ahí, Beni me pide otra medialuna y yo le digo “por supuesto”, si son esas prefabricadas que valen dos pesos con cincuenta (esto no se lo digo, esto lo pienso).
Cuando volvemos a la guardia médica están todos con la misma cara de culo que tenían antes, nosotros somos la familia Caniggia, encontramos un refugio espantoso y vital en el paseo y la contemplación de vidas ajenas. y ahora estamos listos para surfear un ratito más de espera.
No importa cómo termina la historia, pero espero que mi amigo esté mejor.
Dejamos acá…
Las fotos que ilustran esta edición son del pueblito en donde apareció muerto Alexei Navalny, más al norte de Siberia, el culo del mundo pero la parte de arriba. La prisión de Jarp, en la región de Yamal-Nenets. “Salió a dar un paseo y se sintió mal”, dijeron desde el Servicio Penitenciario Ruso.
Peluda, peludísima está la cosa en este país. A veces me agota que todas las conversaciones sean de guita. La más común en casa “fui al super, compré dos boludeces y gasté 10 lucas”. No sé cómo lo ven desde afuera, es una pregunta que pueden responder los suscriptores a este mismo mail. Es también un aviso, si le dan responder a este mail que les llega yo los leo. Es divertido el intercambio.
Los que quieran ayudar a este emprendimiento lo pueden hacer con un pago mensual de $1.000 o por un importe mayor si elijan ustedes. Ya no sé qué es mucho y qué es poco. O sino por única vez, a través de los cafecitos. Tengo que poner PayPal o alguna otra cosa para los que quieren ayudar desde afuera, pero no lo sé hacer, soy un salame. Eso no es nuevo.
Hoy es obvio. Les deseo lo mejor.
"Adiviná cuánto gasté?", pregunta marido cada vez que vuelve del súper (que son cada vez menos veces)
Me acabo de dar cuenta que mi psicóloga siempre dice “Dejamos acá…”, y me come 5’ de sesión antes de atender al niño de las 17, toda una revelación