Yo escribo para dejar testimonio. Suena pretencioso pero es así. No es que a partir de ahora se van a narrar hechos trascendentes para la historia nacional, apenas una escena de la vida cotidiana actual, julio 2023 de esta tierra sagrada.
Lo que voy a contar sucedió en este tiempo y quizás en 20 o 30 años sea inverosímil, pero así es como vivíamos, yo quiero escribirlo ahora y no contarlo en el futuro y que nadie me lo crea, que me digan “andá viejo boludo, seguí hablando boludeces”. Eso, que seguramente va a suceder a pesar de todo lo que pueda escribir, tiene que igual quedar asentado de algún modo.
Entonces serán ustedes mis queridos lectores, testigos de esto que narraré a continuación, lo llevarán consigo hasta el final de sus días, acaso también cuando estén en un rincón de la casa abrigados con un polar manchado aun cuando la temperatura global ya esté en las fronteras del infierno. A ustedes también les van a decir eso y quizás se acuerden. ¿De qué era?
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación
El problema de la expectativa…. Ese sí que es un problema que funciona a todo nivel. Tanto anticipar algo, incluso ya mientras escribía, un termómetro interno me decía “pará Diego, que vas a contar una boludez común y corriente” pero la escritura te lleva al embale del decir, tiki tiki tiki que bueno se está poniendo esto que escribo.
Tengo que bajar un cambio.
Antes del final me gustaría nadar y tocar el piano. Esta foto de más arriba, y todas las que siguen, tiene que ver con una historia que cuenta el mundo actual.
Según esta crónica de El País, en Berlín se puso picante la cosa en las piletas públicas. Inmigración, cambio climático y demás. Siempre hay quilombo, no hay que olvidarse de ese capítulo.
Vengo hablando con amigos y compañeros de laburo que esta campaña política es la peor de todas las que recuerde. Como si la dejadez y la desidia fueran tales que no hace falta decir cómo carajo vamos a bajar la inflación, no te digo llegar a 8 o 10% anual como tienen todos los países menos este, sino aunque sea redondear un 25/30 anual, una especie de paraíso que no vivimos hace unos seis años, si no me fallan las cuentas improvisadas que hago ahora mientras tiki tiki tiki.
Pero pensé también que lo único y lo mejor que veo sobre política hoy es la Fábrica de jingles que hacen en el programa de Rosemblat, Szerman y Aramburu. No sé como se llama el programa, podría llamarse el programa de twitch de Rosemblat y estaría bien.
Los oyentes, esa entidad gloriosa que puede llegar a tener un programa de radio (ya sé que eso no es radio, aunque sí lo es) empezaron a mandar jingles políticos y el resultado es fabuloso. Les ruego que los escuchen. Porque desde la parodia y el humor está todo lo que podemos escuchar hoy de los candidatos: están todos, incluso algunos que casi no sabíamos que eran candidatos o que sí sabíamos pero no le habíamos escuchado propuesta alguna (Mempo Giardinelli, por ejemplo).
En este otro link hay algunos más.
El martes caminé por Florida y vi que había mucha policía. Después me enteré que eran operativos para “controlar” la suba del dólar. Lo pongo así entre comillas por decoro, porque me da un poco de vergüenza, pero es así. En fin.
La cuestión es que yo andaba con algo de guita sobrante en la billetera, la pyme de gestión familiar tenía este mes capacidad para comprar un billete de 100 dólares norteamericanos, ese billete verdoso azulado que me fascina y que me encanta comprar o vender. Me gusta verlo, eso es, como si fuera la tapa de Gente o de Caras. Verlo y ya.
Después de almorzar algo liviano en casa (es decir, las sobras que quedaron del almuerzo de mis hijos, una combinación variada de alimentos a medio consumir) salí para el centro con la idea de comprar esos 100 dólares, pero tuve una idea luminosa, en lugar de ir al centro entré al negocio que está al lado de mi casa, una cueva fabulosa que vende camperas de cuero a los turistas. No se imaginen un negocito pequeño, sino un verdadero centro comercial diseñado para el turismo, un artefacto que funciona bien a lo argento, con una generosa propina para los tacheros que traen turistas (no sé si es generosa, pero lo intuyo, porque el mecanismo funciona), pero que en tiempos de covid se reconvirtió en una empresa que vendía ropa y artículos médicos, camisolines, barbijos, gente que imagina el agua por más que esté con las patas en el desierto.
Y si, por supuesto, vendían dólares, y los vendían al mismo precio que mi cuevero amigo, al cual había consultado vía whatsapp. Entonces dije listo, compro los 100 dólares ahí, pero me surgió un problema. Me faltaban 500 pesos en efectivo, por esos asuntos del aumento repentino, yo tenía 52500 en cash y había que poner 52700 para llevarte el dólar celeste cielo.
Me fui al Carrefour y me compré un pan lactal de los violetas, y al cajero le pedí que me diera dos mil pesos. De ahí me fui al negocio del cuero, pan lactal en mano, para llevarme los dólares, mientras me preguntaba si este asunto trivial y tan cotidiano será registrado por la política, este hecho barrial de intercambio, sacar guita en un Carrefour, comprar 100 dólares como quien compra dos kilos de pomelos.
Son preguntas, diría Pagni.
Y dejamos acá, porque es tarde, bien tarde, y tengo cosas que hacer.
Gracias a todos los que leen y comentan, a los que dejan un cafecito para ayudar con unos pesos o los que se suscribieron en las últimas semanas para aportar una suma fija de dinero todos los meses.
Nos vemos la semana que viene.
Para cerrar les dejo este disco de Tony Benett y Bill Evans, porque uno como cabeza de hogar tiene la responsabilidad de hacer sonar cosas buenas en la casa. Denle play y que quede por ahí sonando de fondo, aunque sea despacito. Algo tiene que pasar.
Hermoso, me recordó épocas en las que además de hacer la compra semanal de alimentos...compraba dólares de ilusión.
Geniaaaalll