Encontré un pequeño placer en el acto de poder editar mis mensajes de Whatsapp. A veces por un simple error de tipografía, otras veces para mejorar lo que quiero decir. Es algo que disfruto, incluso con la certeza de que el otro no repara en el cambio, que el mensaje igual ha llegado. La mayoría de las veces es una corrección que impacta luego de haber sido leída por el receptor. ¿Tiene algún sentido? Por supuesto. El sentido de que lo hago porque me gusta hacerlo.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Es notable cuando te dejas de ver con alguien con el cual te viste durante 10 años todos los días de tu vida. Un compañero de trabajo, por ejemplo, con el cual estuviste de lunes a viernes, seis horas, ocho horas. Generas un código que no tenés ni con tu familia, porque no hay compromiso, ni celos, ni historias previas ni heridas primarias. Un vínculo puro que se construye cada día y es vital y hermoso. Y de repente, por circunstancias azarosas, ascensos, cambios, renuncias, traslados, nada demasiado cuestionable ni analizable, dejas de verte, dejas de trabajar con él, queda por supuesto el contacto efímero por WhatsApp, la ventana de las redes sociales, seguir el ritmo de su vida incluso con pequeños intercambios en donde la genialidad y el vínculo fluye y sigue vivo, pero no es lo mismo que estar todo el día con alguien. Es uno de los grandes misterios de la vida adulta, cómo es que esas relaciones terminan y empiezan otras. El ritmo de la vida me parece mal, cantaba Marco Antonio Solís, un tema que solía elogiar mi amigo el Sabio, uno de esos que quedaron en el camino.
Pensé en esta idea a propósito de un parámetro que tenía mi amigo El Sabio para hablar de la guita de la gente.
Siempre hablaba de los departamentos para cuantificar cómo le iba a una persona. Daniel, olvídate, tiene tres departamentos. El tano, diez departamentos. Siempre la escala de valores iba en la misma cantidad de números, ascenso social en base a 3 departamentos, 6 departamentos, 10 departamentos, 200 departamentos. Cuatro escalas de guita.
Le mando un mensaje a El Sabio, casi una provocación para ver si todo sigue funcionando de la misma manera. Le pregunto por un futbolista que acaba de ser vendido al exterior y me responde de la manera esperada. “10 departamentos en Caballito, calle Pedro Goyena”.
Estoy leyendo una biografía de Ricardo Piglia, la escribió Mauro Libertella, para una colección de la Universidad Diego Portales. Ya había leído un libro de Mauro sobre Mario Levrero, una biografía hermosa de un personaje que me resulta encantador, fascinante.
Mauro lo hizo de nuevo, ahora con Piglia. Me pregunto, mientras leo, cómo hacer para contar la vida de alguien que dejó un testimonio como sus diarios, tres tomos de 350 páginas en donde el protagonista cuenta casi toda su vida. En realidad, no es el protagonista, porque los diarios están firmados por Emilio Renzi, una especie de alter ego de Piglia (Emilio es su segundo nombre, Renzi es el apellido materno), personaje que aparece en sus cuentos y novelas
Ahora que leo la biografía quiero leer desesperadamente los diarios de Piglia, y me pongo a pensar en algo que siempre pienso, sobre el valor de los libros, si son caros o baratos. 20 mil pesos cada tomo de los diarios (asumiendo que los compro nuevos), nada más que 20 mil pesos la vida que escribió un tipo durante toda su vida. Cualquier cosa vale 20 mil pesos, una pizza, tres o cuatro cervezas, llevar a lavar el auto y tomar un café una medialuna.
Leer una vida: 20 mil pesos.
Quiero empezar a escribir columnas semanales sobre la situación política y económica de la Argentina, quiero que siempre empiecen de la misma manera. “Ha sido una semana intensa para la Argentina” y después de esa línea contar los hechos, un perfil psicoanalítico de los líderes, las carencias, el afecto, la empatía, las decisiones. Por lo general me cae mal la gente que argumenta de manera imparable, los que tienen demasiada confianza en sí mismos. El otro día organizaron un debate con dos exponentes de esto que quiero contar: Juan Grabois y Ramiro Marra. El atropello argumentativo, la catarata de razones…. No hay que ser demasiado sabio como para saber que en Argentina nadie puede tener razón por mucho tiempo, aún en la cresta de la ola esto va a ser efímero, va a fracasar, vas a terminar mal. Lo más lógico es quedarse en la mitad de tabla, ver caer a los que están arriba, no subestimar a los que están abajo.
¿Es una mirada mediocre, austera, cagona, poco ambiciosa? Seguramente, pero también es la mirada de alguien que vio pasar muchas cosas, también del que trata de pasar desapercibido, un pequeño éxito diario es ese, al menos hoy no me metí en ningún quilombo, no metí la pata, hice bien las cosas, me divertí, hice reir a los demás, qué bien estuve cuando dije tal cosa. Pero tranqui, hasta ahí, tampoco creas que fue para tanto.
Acá va lo de siempre, una invitación para que colaboren con el newsletter. Estoy en una etapa mala, lo sé. No me fluyen mucho las ideas, pero siempre voy a estar por acá los sábados 8.30 AM con un ensayo, en el sentido más propio de la palabra. Un intento, una búsqueda, una necesidad. Ahora sí, a los bifes.
La forma más tradicional es un aporte con una donación por única vez, a través de los cafecitos o sino un pago mensual por el monto que ustedes quieran.
Y también vale la recomendación de este correo a un amigo, básicamente si esta cosa ha crecido es por el boca en boca, o por redes sociales (soy diegogeddes en TW e Instagram).
Nos vemos la próxima.
Excelente Diego!!! Etapa mala? No lo creo!
Me hiciste recordar la frase de "todo es temporal", confiarnos demasiado cuando estamos arriba es tan desastroso como compadecernos demasiado cuando estamos abajo. En la rueda de la vida lo que cuenta es que estamos vivos y tenemos historias por contar. Gracias!